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A más de una semana de la catástrofe

En esta sección, el periodista vuelve hacia sí la cámara para contarnos lo que ve desde una perspectiva personal. Esa cámara, que debe enfocar los hechos y a los protagonistas de la noticia, se gira de forma excepcional hacia el periodista para que pueda mostrarnos lo que hay detrás de sus palabras, lo que ha experimentado y lo que ha sentido mientras informaba. No es solo un plano opuesto. Es una narración que complementa al relato informativo. Si en las otras secciones del periódico se informa objetivamente de la actualidad, en Contraplano se cuenta cómo se viven subjetivamente esas coberturas. 


A más de una semana de la catástrofe todavía existen paralelismos entre caminar por la decena de pueblos del sur de la capital valenciana y hacerlo por los países del mal o bien llamado tercer mundo. La civilización derrotada: el triunfo de la barbarie en forma de barro, de saqueos nocturnos y de ineficacia gubernamental. Pero, a la vez, el triunfo del espíritu representado por los miles de voluntarios que desde hace días ayudan en todo lo que pueden. En Catarroja, como en tantas localidades, puede verse nada más salir el sol una larga fila de jóvenes de la llamada generación de cristal con botas hasta las rodillas, guantes, mascarillas y palas.

Tratan de hacer más próxima una vuelta a la normalidad que no será tal, pues nada vuelve a ser igual. Empresas como Carnes Cervera, de Albal, abierta en 1844, han tenido que cerrar y no saben cuándo podrán volver a retomar su actividad. Y muchos, demasiados, de los vecinos a los que la riada sorprendió la tarde del pasado 29 de octubre no volverán.

“Soy de aquí, pero ahora mismo no sé ni cómo llegar a mi casa”

Las cosas nunca vuelven a ser como eran. Los vecinos aún no son conscientes de lo que les ha pasado. Las calles actúan como una especie de terapia colectiva. Se quita el barro por necesidad y también para olvidar, para mantenerse ocupado. Cuando todo este ruido acabe, que será tarde, en la soledad del silencio, muchos comenzarán a comprender qué ha pasado. “Disculpe, ¿puede decirme cómo se va a Paiporta?”, pregunto a una vecina de Albal. “Lo siento, soy de aquí, pero ahora mismo no sé ni cómo llegar a mi casa”, responde abatida. Por la noche regresa el miedo. Unas calles permanecen iluminadas y otras sólo pueden verse cuando pasa algún coche de policía. Cada punto de alimentos está custodiado. Hay vecinos que incluso pagan seguridad privada. Los walkie-talkies de la policía suenan a cada momento hasta el amanecer. 

A más de una semana de la catástrofe las filas de coches amontonados por el agua siguen sin permitir a muchos vecinos de Catarroja salir de sus casas. A más de una semana de la catástrofe los bomberos aún no han logrado quitar el agua de los garajes y los vecinos siguen santiguándose cada vez que entran con el temor de encontrarse algún cadáver. A una semana de la catástrofe las calles siguen repletas de muebles destrozados por el barro amontonados en cada puerta. 

Los vecinos protestan en público. Los policías lo hacen en privado. “¿Cómo es posible que esto esté pasando en España?”, siguen preguntándose los que habitan y transitan por las calles de las localidades afectadas. “¿Dónde está el ejército?”, siguen repitiéndose.

Fotogalería | A más de una semana de la catástrofe

Joven, DANA
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