El sueño europeo, más vivo que nunca en Georgia
Infoactualidad vive cuatro noches de protestas en la antigua república soviética
La oscuridad ha ceñido las calles de Tiflis, capital de Georgia. Es 5 de diciembre y el parlamento del país caucásico lleva casi dos semanas sin luz. Da la sensación de que este monumental edificio soviético no va a volver a iluminarse. El pasado 28 de octubre el primer ministro, Irakli Kobajidze, anunció que posponía hasta 2028 las negociaciones de entrada de su país en la Unión Europea. Desde entonces, miles de manifestantes se concentran en las afueras del parlamento, en la avenida Rustaveli, alzando las linternas de sus móviles en señal de esperanza. “Georgia es Europa” es el lema que repiten una y otra vez.
Las paredes del parlamento hablan por sí solas. Muestran las heridas provocadas por los georgianos cargados de rabia e impotencia. Pintadas, cristales rotos, adoquines que han hecho mella en los muros… y una imponente puerta de hierro, cerrada a cal y canto, en la entrada al edificio. Conjuntos de piedras se acumulan muy próximas al metal: las utilizan los manifestantes para golpearlo, con rabia. Los choques resuenan en toda la avenida, como tambores de guerra.
El cielo, el ambiente… todo es gris y oscuro. Anochece a las 17.30 y del río Kurá, que serpentea por la capital, emana una espesa neblina que se esparce entre las calles y que solo es atravesada por los potentes láseres que los manifestantes proyectan contra las cámaras de seguridad de los edificios gubernamentales. Temen que les graben y ser reconocidos. Las derivas filorrusas y autoritarias del país caucásico solo acentúan ese miedo.
La avenida Rustaveli, la principal de la ciudad, se ha convertido en un campo de batalla nocturno: gases lacrimógenos y cañones de agua por un lado y fuegos artificiales y láseres por otro. Samira Bayramora lleva desde el primer día en la avenida y asegura que permanecerá hasta que “Georgia sea europea”. Hay un profundo sentimiento nacionalista, pero también de esperanza en la unión. Los manifestantes portan en masa los símbolos de Georgia y de Europa. Es raro encontrar algún otro tipo de distinción, pero se cuela alguna bandera ucraniana. Las multitudinarias protestas ocupan una importante sección de la avenida Rustaveli y están constituidas por grupos de todas las edades. Miles de jóvenes acuden todos los días y se quedan hasta bien entrada la madrugada. Desde la una de la tarde, la avenida se va llenando, pero no es hasta aproximadamente las ocho cuando ya se ocupa por completo.
El 82% de la población georgiana estaría a favor de entrar en la UE
Un estudio de Caucasus Research Resources Center de marzo de 2023 sitúa en un 82% la población georgiana favorable a entrar en la Unión Europea. El clima que ha generado el Gobierno recuerda a los comienzos del Euromaidán. Por ejemplo, medidas como la de mayo de 2023, con la instauración de la conocida como ley de agentes extranjeros, que obliga a registrarse como “agente de los intereses de una potencia extranjera” a aquellas ONG, medios de comunicación y organizaciones que reciban al menos un 20% de su financiación de otro país. La UE advirtió en abril de ese mismo año de que la adopción de esta ley, que recuerda a una extremadamente similar que ya existía en Rusia, tendría consecuencias negativas en el proceso de adhesión al “limitar las capacidades de las organizaciones y sociedad civil de operar libremente”.Además, Sueño Georgiano, el partido que ocupa el cargo de primer ministro desde 2012 se ha posicionado históricamente a medio camino entre Europa y Rusia, pero desde la invasión de Ucrania en 2022 se ha caracterizado por escorarse hacía su vecino del norte. A muchos georgianos les preocupa no sólo el cambio político, sino también el cultural. La conocida como ley antigay, que entró en vigor en septiembre, cancela la validez de los matrimonios igualitarios en el extranjero y penaliza la divulgación de información sobre relaciones entre personas del mismo sexo.
La decisión de posponer las negociaciones de entrada en la Unión ha desatado la rabia en en país. Los manifestantes ponen sus vidas en pausa, pero lo consideran “una inversión de futuro”, porque ven Europa como una garantía de libertad. Los estudiantes no están yendo a clase por las protestas y quieren que “el mundo sepa lo que está ocurriendo en Georgia”. Ninguno se atreve a dar su nombre.
Consideran que el aplazamiento es inconstitucional: “Los órganos constitucionales adoptarán todas las medidas dentro del ámbito de sus competencias para garantizar la plena integración de Georgia en la Unión Europea y en la Organización del Tratado del Atlántico Norte”, predica el artículo 78 de la Constitución de Georgia.
Desde la semana pasada, opositores proeuropeos, periodistas y manifestantes están siendo detenidos y agredidos por grupos de encapuchados conocidos como titushkis, término acuñado durante el Euromaidán de Ucrania entre 2013 y 2014. El sábado 7 de diciembre, en una calle aledaña a la avenida Rustaveli, la reportera Maka Chikladze y el cámara Giorgi Shetsiruli, de la cadena de televisión Pirveli, son brutalmente agredidos por uno de estos grupos. También sufre estos ataques el actor Girogi Makharadze o el miembro de la oposición, del partido político Coalición por el Cambio, Koba Kahbazi, en las oficinas del partido. Así, hasta más de 350 personas desde que comenzaron las protestas. Los manifestantes tienen miedo de estos grupos, de que la violencia escale y pueda llegar a haber asesinados, como pasó en su vecina Ucrania durante el Euromaidán. Además, acusan al Gobierno georgiano de utilizar luchadores chechenos y dagestanís para agredir a manifestantes.
“El parlamento es de todos, si vas a disparar, apunta a la policía”
La unidad de antidisturbios de la policía georgiana utiliza gases lacrimógenos y camiones equipados con potentes cañones de agua para disolver las concentraciones. La del 6 de diciembre termina en duros disturbios. Decenas de policías rodean el parlamento y los manifestantes descargan su rabia contra ellos. “No vuelvas a disparar los fuegos artificiales contra el parlamento. El edificio es de todos. Apunta contra la policía, que es la que apoya al Gobierno”, grita una mujer mayor a un joven manifestante encapuchado. Delante del cuerpo de antidisturbios, un grupo de 25 hombres vestidos de negro hace el trabajo sucio. Es la unidad de operaciones especiales, dirigida por Zviad Kharazishvili, conocido como Khareba. Esa noche del 6 de diciembre hacen duras detenciones. La siguiente, frente al parlamento, los manifestantes queman un muñeco de tamaño real con su cara. Dos días después, en el mismo lugar, prenden fuego a un ataúd, dentro había un globo con su cara. Khareba, uno de los principales responsables de la represión, es odiado por los manifestantes.
El viernes 7 de diciembre a las tres y diez de la madrugada, tras los disturbios, una marea humana de aproximadamente 4.000 personas escapa de la policía por la vía Zviad Gamsakhurdia, paralela al río Kurá. A pesar de la hora, cientos de coches ocupaban la carretera y al paso de la marcha los conductores hacían sonar los cláxones. En ese momento de tensión, un Toyota Land Cruiser negro con los cristales tintados se detiene en medio de la carretera. De él bajan cuatro hombres que parecen chechenos. Se hace el caos. Puñetazos y patadas vuelan en todas las direcciones. Uno de ellos saca un arma. La muestra amenazante. Todos ellos van armados pero la turba de gente les hace salir corriendo. El Toyota termina destrozado.
La mañana siguiente, unas pocas horas después, comienzan las labores de montaje del árbol de Navidad en la plaza del parlamento de Georgia. Esa noche, los manifestantes empapelaron su estructura con las caras y cuerpos de los heridos y detenidos durante los días previos. Fotos de caras hinchadas, de moratones, de sangre que brota de cabezas de hombres y mujeres… y en lo alto lograron colocar cuatro banderas, en este orden: la georgiana, la europea, la ucraniana y la estadounidense.
“¿Por qué España no nos hace ni caso? Igual que Italia, Grecia, Portugal… los países más mediterráneos pasáis de nosotros”, me espeta un señor el 8 de diciembre al escucharme hablar en español por teléfono. “Alemania, Polonia… nos están haciendo sentir más incluidos, pero vosotros nos teneis abandonados”, prosigue en un acentuado inglés.
El futuro de las protestas es incierto. Los manifestantes desean extenderlas en el tiempo, pero temen que haya una escalada de violencia. El Gobierno intenta prohibir la venta de máscaras de gas y fuegos artificiales, y los manifestantes ya barajan la posibilidad de tener que ahorrar y administrar estos recursos de defensa. El primer ministro lleva en el cargo desde el 8 de febrero, cuando sustituyó a Irakli Garibashvili. Tras las elecciones de octubre se mantiene en el cargo y el 29 de diciembre tomará posesión nuevamente. En unas declaraciones del 6 de diciembre ha afirmado que aboga por “neutralizar totalmente la oposición más radical” y que “no debe haber ningún trazo de convivencia con el fascismo liberal”. Pero también se muestra dispuesto a dialogar “con diez o doce jóvenes sobre el tema de adhesión a la UE o cualquier otro tema que les preocupe”.
Durante los días que Infoactualidad estuvo cubriendo las protestas in situ, la avenida Rustaveli se respiraba unidad y una profunda preocupación. El frío se hacía notar, con cero grados marcando los termómetros, y durante las noches, los manifestantes se reunían al calor de hogueras improvisadas. Mientras la policía no entraba en escena, el carácter de las protestas era solemne.
La oscuridad favorece los sueños, pero en Georgia también pone a prueba la voluntad de quienes luchan por ellos. Mientras las linternas iluminan la avenida Rustaveli y los manifestantes resisten al frío y la represión, el sueño europeo se convierte en un acto de fe colectiva. “Georgia será europea o no será”, cantaban a coro durante las concentraciones. Entre la penumbra del parlamento apagado, lo que realmente brilla es la determinación de miles de personas que, pese a todo, no dejarán que se extinga la esperanza. En Georgia, el sueño europeo está más vivo que nunca.