La Festa dos fachós ilumina Castro Caldelas
La procesión de fuego gira en torno a la quema de haces de paja
Todas las noches del 19 de enero, víspera de san Sebastián, el frío de la elevada villa de Castro Caldelas (Orense) queda opacado por las llamas que hacen arder los fachós, un conjunto de manojos de paja de forma cilíndrica. La Festa dos fachós ilumina así una pequeña parte del Cañón del Sil, de su río y de sus ribeiras.
La fiesta comienza con la caída del sol. Este año comenzó en torno ocho de la tarde, media hora después de lo establecido en el itinerario del Ayuntamiento. El retraso se produjo ante la sospecha de que el leve chispeo que humedecía el ambiente se convirtiese en una lluvia que impidiera el ritual que se celebra todos los años. Los habitantes, los visitantes y los fotógrafos esperaron en la plaza mayor, frente al atrio de la Iglesia Nuestra Señora de los Remedios.
No llovió. El pueblo puso en marcha la procesión en el mismo lugar en el que llevaban celebrando la jornada desde las seis de la tarde entre música, gente y humo: el de las parrillas donde se asaban los más de mil chorizos que se repartieron acompañados de un trozo de pan duro a los que esperaban la cola y los que pagaban los tickets a tres euros.
Los preparativos también habían comenzado por la tarde. En una nave situada a las afueras del municipio, los voluntarios reían, bebían y hablaban. Ataban paja para dar forma a los fachós y a una figura, la de san Sebastián. También pulían los rastrillos y las hoces con las que luego desmenuzaron los matojos de paja que se desprendían del gran fachón, un enorme cilindro formado mediante el gran atado de rastrojos de paja y heno.
Cuando consiguieron prender uno de sus extremos, los voluntarios cargaron con el enorme gusano de paja que reposaba en la plaza de la Iglesia y, durante la procesión, los pequeños fachós fueron utilizados a modo antorcha para incendiarlo.
Todo marchaba al ritmo de las gaitas y bajo el estruendo de los fuegos artificiales.
Algunos se quemaron, otros rieron y pelearon por la tensión que el esperado evento imponía. Mientras, las calles del centro del casco antiguo que rodean al castillo quedaban iluminadas por pequeñas ascuas y por los trozos incandescentes que caían al suelo, que convertían el frío del aire en ardor y que asustaban a los fotógrafos y periodistas que se apelotonaban debajo de las llamas que reducían la longitud del gran fachón hasta consumirse casi por completo.
En ese momento, la procesión ya había regresado a la plaza de la Iglesia, eran las once de la noche. Con la quema de la figura de san Sebastián, la gran hoguera cerró este rito que cada año ilumina Castro Caldelas cuando el sol deja de hacerlo.
A continuación, la galería de imágenes de este rito:







