Entrevistas

Gervasio Sánchez: ‘Saber que la guerra sigue porque es un gran negocio hace más difícil mantener la cordura’

El fotoperiodista asegura que sigue creyendo en el periodismo, aunque que hay que cambiar algunas cosas

Gervasio Sánchez (Córdoba, 1959) es uno de los fotoperiodistas más reconocidos de habla hispana, cuyo trabajo ha documentado con rigor y humanidad algunos de los principales conflictos de nuestra época. Desde los Balcanes hasta América Latina, pasando por África y Oriente Medio, sus imágenes no solo han capturado la crudeza de la guerra, sino también la resiliencia del ser humano en medio del caos. Es periodista desde 1984, y sus trabajos, publicados principalmente en el Heraldo de Aragón, han hecho que se le galardone con premios como el Ortega y Gasset (2008) o el Premio Nacional de Fotografía en España (2009). Además, ha publicado una docena de obras, entre las que se encuentran, por ejemplo, Vidas Minadas y Desaparecidos, que combinan imagen y texto en una narrativa profundamente conmovedora. También colabora con la Cadena Ser y la BBC y dirige desde el 2001 el Seminario de Fotografía y Periodismo de Albarracín.

¿Cómo pasó de la máquina de escribir a hacer fotos?

A los 20 años, no sabía nada de fotografía, pero pronto me apasionó y comencé a combinarla con la escritura y la radio, haciendo mucho más trabajo que mis compañeros. Mi capacidad para organizarme y trabajar sin descanso proviene de mi experiencia como camarero, que me enseñó a ser eficiente y estar siempre en todas partes. Aunque trabajé en grandes periódicos, considero que mi verdadera escuela no fue el periodismo, sino el mundo gastronómico, y eso me permitió desarrollar una gran habilidad para escribir sin necesidad de muchas correcciones.

¿Cuál considera que es hoy la función del periodista?

Intentar que la población esté mejor informada y sea más crítica con los poderes fácticos, es decir, con el poder político, el poder económico, el poder financiero e incluso el mediático. La población con un nivel de autocrítica política mayor es menos manipulable. Una sociedad sin buen periodismo -y la española no lo tiene, en general- está condenada al fracaso y a la manipulación. Es mucho más fácil manipular a una sociedad sin buen periodismo que a una más crítica.

¿A qué se debe este cambio en la función del periodista en los medios? 

A principios de los 90, cuando los medios ganaban mucho dinero, ya las condiciones eran igual de cutres. También existe la idea de que antes se hacía buen periodismo, pero eso no es cierto. En España nunca ha habido un nivel alto.Hubo un momento de frescura tras la muerte de Franco, con el nacimiento y renovación de medios como El País y La Vanguardia, pero desde mediados de los años 90, los medios empezaron a mezclarse con grandes empresas, bancos y gobiernos, y apareció la autocensura: sabías qué podías tocar y cómo, y lo que no, ni se mencionaba. Lo que está ocurriendo ahora no es algo nuevo. Incluso en épocas prósperas, se callaron casos de corrupción, terrorismo de Estado y escándalos como los del Rey emérito. La autocensura ya estaba presente porque los intereses económicos dominaban. Hoy los medios están más atrapados por esos intereses, pero no hay que mitificar el pasado.

¿Dónde queda, entonces, la libertad de prensa en este país?

En España hay periodistas que se la han jugado, y han perdido su trabajo por ser críticos. Algunos optaron por ser freelancers para no estar bajo la influencia del poder, otros rechazaron ascensos para no traicionar sus principios, aunque la mayoría se ha acomodado al poder. No los critico, entiendo que alguien que lleva años trabajando en un medio, con familia y facturas que pagar no puede arriesgarse tanto. Solo hay que ver la hemeroteca. De la corrupción del PSOE en los 80 o los GAL, no hay nada en El País; eso lo encuentras en Diario16. Con Aznar pasó igual: El Mundo, que nació para criticar a Felipe González, lo hizo muy bien al principio, pero cuando llegó Aznar, se rindieron. Esto ha sido generalizado.

Si se revisa su obra, parece que su intención siempre ha sido dar voz a las víctimas, ¿cree que actualmente se ha perdido esa sensibilidad?

La prensa cubre muy mal las guerras y casi nunca las posguerras. Muchos periódicos españoles ya ni tienen sección de Internacional, y los que la tienen solo mantienen corresponsales en grandes ciudades como Londres, Nueva York, Washington, Roma, Berlín, Bruselas y, a veces, Rabat. El resto del mundo está olvidado. Las guerras se cubren más por iniciativa de periodistas valientes que por un esfuerzo real de los medios. Cuando el conflicto acaba, los medios se olvidan. Pero la guerra no termina con la firma de la paz, sus consecuencias persisten décadas, y las víctimas siguen siéndolo mucho tiempo después. Olvidar eso es una falta de respeto hacia ellas.

¿Qué cree que hace falta para no ceder ante el poder, para no corromperse como periodistas?

La mayoría de los periodistas en España son personas decentes que intentan hacer bien su trabajo. Sin embargo, siempre hay alguien dispuesto a hacer el trabajo sucio para ascender o ganar más dinero, y las empresas los colocan en puestos clave para controlar a los demás. Por ejemplo, si hay una orden de no criticar a cierto banco o empresa que aporta millones en publicidad, estos personajes actúan como supervisores, incluso solo con su presencia.

Este sistema funciona porque se combina con la pasividad o cobardía de muchos, a pesar de que la mayoría son profesionales honestos.

Con este panorama, ¿ hay futuro en el periodismo, y especialmente para el periodismo de conflicto?

No es un problema de un tipo específico de periodismo, sino algo más endémico en la profesión. Además, la cobertura de conflictos sigue una agenda muy política. Por ejemplo, en 2021, Afganistán estuvo de moda y luego se olvidó. Lo mismo pasó con Ucrania: entre 2014 y 2022 nadie hablaba del conflicto, pero de pronto se volvió relevante por intereses políticos y económicos. Mientras tanto, en Sudán o en el Cuerno de África, donde la gente muere de hambre, no hay cobertura. Si nos enteramos de algo es porque algún periodista español van con financiación extranjera, usualmente anglosajona, alemana o francesa. Aquí, trabajar en estos temas significa hacerlo gratis o con tarifas vergonzosas.

Pese a todo, yo sigo creyendo en el periodismo, no he tirado la toalla. Pero no basta con tener esperanza, hay que cambiar las cosas. Hay que exigir que los medios dejen de mamonear con el poder político y económico y dejen de actuar según los intereses de sus dueños.

¿Hay buenas historias, buenos reportajes, que los medios se resisten a comprar?

Puedes tener una gran historia, pero no hay espacio en los medios. Por ejemplo, en el dominical de El País las publicidades imponen muchas limitaciones. No quieren que sus anuncios aparezcan junto a temas duros. Dejé de trabajar allí porque no entendían mi manera de hacer las cosas. Yo escribo y hago fotografía, pero ellos querían mandar a un periodista y a un fotógrafo. Me di cuenta de que eran excusas para evitar temas que incomodasen a las marcas de coches de lujo que se anuncian allí.

Un reportaje sobre la República Democrática del Congo no interesa, aunque lleve 50 años en guerra. Ni siquiera la guerra del coltán, la más sanguinaria desde la Segunda Guerra Mundial, logra venderse.

Hace algo más de diez años contó la historia de los traductores que trabajaron mano a mano con nuestros militares en las zonas más calientes del conflicto afgano y el trato que recibieron. ¿Cree que las administraciones se lavan las manos teniendo en cuenta que estos arriesgan su vida, y la de sus familias, por ayudarnos?

El problema con el traductor no fue solo la administración; fueron también los periodistas que trabajaron con él y se hicieron los desentendidos. Este traductor fue maltratado por los servicios de inteligencia españoles, estuvo diez meses encarcelado sin pruebas, pero lo peor fue que mis compañeros, que le conocían y habían trabajado con él, no movieron un dedo para ayudarle. 

A mí me advirtieron que ‘me estaba jugando el puesto’, pero no iba a permitir que una persona fuera maltratada. Esto perjudicó mi trayectoria y dañó mi relación con algunos colegas, pero no me arrepiento. El traductor tenía contratos legítimos con el Ejército Español y obtuvo beneficios por su trabajo, algo que el CNI tergiversó. Mis compañeros sabían esto y aun así creyeron las mentiras del CNI. Siempre he luchado por los principios del periodismo, incluso si me cuesta caro. Ahora, algunos me critican por defender a Pablo González, acusado de espionaje en Polonia, diciendo que protegí a un espía, pero las informaciones actuales no existían cuando le defendí. No me callo ni busco evitar problemas, porque quiero ser honesto y actuar por ideales, no por interés personal.

¿Cuál es el peaje emocional que hay que pagar por todo esto?

El peaje emocional de trabajar en la guerra es darte cuenta de que no hay solución, de que la guerra nunca va a acabar. Ya hace 15.000 años los seres humanos se mataban, lo que demuestra que la violencia está en nuestra naturaleza desde el Paleolítico. Las guerras las hacen personas como tú o como yo, no gente loca. Muy pocos matan por matar, la mayoría lo hace para sobrevivir, y yo mismo lo habría hecho. 

He visto a personas matar a sus propios familiares, amigos y vecinos. He cubierto situaciones extremas como el exilio de los hutus en Ruanda, la epidemia de ébola en el Congo y he estado en lugares como Somalia, Sudán y Burundi, donde la gente moría en los campos de refugiados. Lo más difícil es entender que la guerra sigue porque es un gran negocio, y eso es lo que hace más difícil mantener la cordura.

¿Quiénes son los responsables de que la rueda de este negocio no deje de girar?

Tus vecinos, los banqueros, los empresarios que fabrican armas y los gobernantes que aprueban contratos de armamento, sin importar el partido al que pertenezcan. Un claro ejemplo es España. En los años 80, durante el gobierno de Felipe González, se vendían armas a Irán con documentos falsificados. Con Aznar continuó, y con Zapatero, el ‘Apóstol de la No Violencia’, las ventas se sextuplicaron. Rajoy duplicó esa cifra, y Sánchez lo aumentó un 8% en su primer año. Incluso con Podemos en el poder, los contratos de armas fueron los más grandes de la historia. Nadie se salva de este ciclo. Cuando están en la oposición critican, pero al llegar al poder incumplen sus promesas. Tanto el PP como el PSOE, a pesar de tener políticos decentes, no hacen nada para cambiar las cosas. 

No le voy a preguntar cuántas veces ha temido por su vida, pero ¿cuál ha sido la que más le ha marcado?

He estado en 26 conflictos armados. En mi profesión hay mucha gente que se dedica a contar historias sensacionalistas, pero yo no soy de esos. Muchos de mis mejores amigos murieron haciendo lo mismo que yo, y en ocasiones, casi yo también muero. El año que viene se cumplen 25 años de la muerte de Miguel Gil, con quien trabajé mucho en Kosovo. Un día me despedí de él y al siguiente lo vi en la morgue. También perdí a Juancho Rodríguez, que fue asesinado en Panamá, y a Ricardo Ortega, que murió en Haití. David Beriain, a quien conocía desde que era un chiquillo, fue asesinado en Mali hace dos años. Muchos de mis colegas han muerto haciendo el mismo trabajo que yo.

Este es un oficio complicado y peligroso, con grandes probabilidades de que algo te suceda, pero no me gusta hablar mucho de esto porque es parte de la intimidad del periodista. No hay que idealizar la profesión ni hablar solo de los peligros. Las preguntas clave son: ¿para qué ir a una guerra? ¿De qué sirve ir? Estas son las preguntas que debemos hacernos.

¿Qué se debería enseñar a los estudiantes de periodismo?

Como decano de una facultad de periodismo, cambiaría la enseñanza para distinguir entre periodismo y comunicación. El periodismo trata de vigilar y exponer la verdad, mientras que la comunicación corporativa se centra en proteger los intereses de la empresa.  El periodismo exige una gran implicación y responsabilidad. Al igual que no permitiríamos que un médico nos maltrate, no debemos permitir que un periodista lo haga manipulando o mintiendo. El periodismo no es un trabajo de ocho horas, sino que es una vocación que comienza en la cuna y termina en la tumba.

¿Merece la pena dedicarse a esta profesión?

Si volviese a nacer, seguiría siendo periodista, pero de la misma manera que lo he sido. Nunca he sido periodista de plantilla ni he recibido un salario fijo como periodista. 

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