La sala con el rascacielos más pequeño del mundo
Pedro Torrijos, arquitecto y “contador de historias”, presenta su nuevo libro La pirámide del fin del mundo y otros territorios improbables en Madrid
En esta sección, el periodista vuelve hacia sí la cámara para contarnos lo que ve desde una perspectiva personal. Esa cámara, que debe enfocar los hechos y a los protagonistas de la noticia, se gira de forma excepcional hacia el periodista para que pueda mostrarnos lo que hay detrás de sus palabras, lo que ha experimentado y lo que ha sentido mientras informaba. No es solo un plano opuesto. Es una narración que complementa al relato informativo. Si en las otras secciones del periódico se informa objetivamente de la actualidad, en Contraplano se cuenta cómo se viven subjetivamente esas coberturas.
Prisas, sudores y nerviosismo. La sala donde Pedro Torrijos va a presentar La pirámide del fin del mundo y otros territorios improbables a los madrileños se ha convertido en un quirófano del que entra y sale varias veces, mientras los asistentes esperan fuera a que haya buenas noticias, a que todo esté a punto. A que los momentos iniciales de expectación y suspense se salden con una anécdota agridulce propia de alguno de sus hilos de X (antes Twitter) o de sus libros. “Bueno, es la sala que nos han dado…”, comenta uno de los miembros de su equipo. Y, tras la resignación, todo se estabiliza para que Torrijos tome el control y haga la prueba final antes de abrir las puertas definitivamente.
Con un toque de humor, al estilo de un monólogo cómico, comienza una hora en la que Pedro Torrijos presenta su libro de la mejor forma que conoce: narrando una de las historias que mantiene atento al corrillo que lo escucha. Jugando con la participación del público y entre anécdotas personales, el autor reconstruye una de las historias recogidas en su libro, la de “El rascacielos más pequeño del mundo”, que lleva en pie más de cien años en Wichita Falls (Texas). Una reconstrucción que destapa los malentendidos, las intenciones ocultas y los despistes que rodean la historia de este edificio, que parece una obra como cualquier otra, sin apenas valor estético ni cultural, hasta que Torrijos deja al descubierto los cimientos humanos que fundamentan su existencia: la ambición de los directivos de las empresas petrolíferas de la ciudad y la picardía del arquitecto J.D. McMahon. Porque McMahon no faltó a su palabra en aquello que les propuso: “edificar un rascacielos de 480”. Lo que no sabían los directivos es que estos 480 no eran pies, sino pulgadas.
Muchas manos a la cabeza y muchas bocas abiertas después, el rascacielos más pequeño del mundo se encuentra en la lista de protección patrimonial del Departamento de Interior de los Estados Unidos, el estatus de protección más alto en el país. Y también entre las historias de La pirámide del fin del mundo y otros territorios improbables, otro logro que nada tiene que envidiarle. Porque según dice el autor, “hay que poner en valor la letra pequeña”, leer hasta el final. Esa es la motivación y el propósito con el que ha investigado y confeccionado su nuevo libro. Para ver lo que se oculta en la sombra proyectada por los edificios. Para desmigajar las historias que permiten que se sostengan en pie.