Las vidas tras la DANA
Aunque han pasado trece días desde el impacto de la DANA en Valencia, los efectos de la tormenta siguen siendo evidentes en varias localidades de la región. Nuestro enviado especial, Marcos Villaoslada, se desplazó hasta el lugar para conversar con los afectados y equipos de rescate que continúan trabajando sin cesar.
Carmen
Carmen tiene setenta y seis años, vive en la esquina con el barranco que atraviesa Picaña. En este pequeño pueblo de Valencia había cinco puentes. Ya no están, solo queda uno. Carmen ha vaciado su casa esta semana, como han hecho tantos otros vecinos de este y otros pueblos de la zona. Sólo se ha quedado con una bandera de la Comunidad Valenciana y sus velas. Mientras sube las escaleras, llorando, cuenta cómo vivió la tragedia. A su lado, su hijo le pide que se calme, que no tiene ya el corazón para estas cosas. «Estoy calmada», dice ella. Carmen tiene cáncer y la misma semana de la DANA había recibido la primera sesión de quimioterapia.
Patricia
Patricia tiene tres hijos, uno de ellos con discapacidad, casi no han bajado las escaleras de la buhardilla desde el martes 29. No quiere que se expongan a los olores, pero menos aún que vean su vida entera cubierta de barro. Su marido recibió una pequeña descarga al tratar de conectar la electricidad y uno de sus hijos está enfermando tras casi una semana sin poder cocinar. Antes de la riada, ella hacía vida en el sótano junto a sus animales, donde había una cocina y congeladores con comida. Ahora, después de que los amigos de su marido les ayudaran a desaguar, en ese sótano todavía quedaba más de un metro de agua. Y su perro y su gato seguramente sigan ahí abajo.
A pesar de todo, tanto Carmen como Patricia dicen sentirse afortunadas, no han perdido lo más importante, ellas y sus familias siguen vivas. Han perdido todo por lo que han luchado: su casa, su coche, sus muebles, las fotos de toda una vida, papeles… todo echado a perder, pero dentro de toda esta tragedia se sienten afortunadas porque siguen con vida.
Los bomberos
En Paiporta, el domingo 3 de noviembre, bomberos que habían ido en sus días libres como voluntarios buscaban junto a un perro de rescate fallecidos en la cuenca del río. El perro marcó en tres sitios diferentes, pero los bomberos se pasaron la mañana entera para cavar metro y medio. Decían que, de haber un cuerpo ahí “siempre existe la posibilidad de que el perro falle. Todo huele a muerto”, aseguraba el jefe del cuerpo de rescate, podría estar dos, tres o diez metros más abajo.
El lodo estaba ya duro, había que picarlo antes de poder retirarlo con la pala. Metro y medio en una mañana que podrían haber sido minutos de disponer de la maquinaria necesaria. Uno de los bomberos, sentado en una roca, descansando, vio por el móvil los abucheos y ataques a los presidentes del Gobierno y de la Generalitat y a los reyes que se habían producido esa misma mañana y no pudo evitar celebrarlo. «Más les tenían que haber dado», “lo tienen merecido», exclamaban varios de los que se acercaron a ver la pantalla en la que aparecía un coche blindado huyendo ante cientos de personas enfurecidas. “Si no se llega a ir, lo hubiesen matado», afirmó la periodista Sou Harris esa misma tarde tras presenciar los hechos.
Los tres lugares que marcó el perro de rescate se encontraban cerca de vehículos. La grúa retiró el primero, haciendo que se le vaciase el depósito de gasolina. Desde ese momento el perro no olió más que combustible. Durante el proceso de búsqueda se acercaron unos vecinos, preguntaron por quien estuviese al mando y le comentaron que estaban seguros de que un garaje cercano a su casa había un cadáver, el propietario de la finca se había refugiado en el garaje y la puerta de este no se había abierto desde entonces. El bombero, sobrepasado, no pudo más que lamentar no poder ayudarles, el perro no podía ya trabajar en la zona y él y todo su equipo iban a moverse río abajo, donde nadie había podido buscar aún.
La ayuda
Varios colegios de la zona como el Larrodé, en Catarroja, han abierto sus puertas para repartir comida, agua, mascarillas, cepillos y herramientas. Incluso ofrecen comidas calientes. En este colegio, un policía nos pedía que no le hiciésemos fotos, estaba de baja por un problema en la espalda: «¿Con qué cara me quedo yo viendo esto por la tele sin hacer nada?».