Reportajes

Las voces de la tradición: La Tuna Universitaria Complutense de Madrid, una hermandad femenina que desafía todos los cánones

Pero allá en el templo del Apóstol Santo

Una niña llora ante su Patrón

Porque la capa del tuno que adora

No lleva la cinta que ella le bordó

Y es ahora cuando no es el tuno quien lleva la capa, cuando ninguna niña lo adora ni llora por él. Es ahora cuando ellas, la tuna más antigua de Madrid, bordan sus propias capas y llevan las cintas que también han cosido. 

Un viernes cualquiera, a las siete y media de la tarde, en la línea tres del metro de Madrid suena una música al final de uno de los vagones. A lo lejos, se aprecian unos trajes negros y morados que parecen sacados de una escena de película, como si de pronto la música fuera el único ruido que se escucha en el metro. Unas jóvenes cantan. Las palmas de los viajeros que van de camino a casa, al trabajo o a descansar en su fin de semana, acompañan la música hasta la estación Palos de la frontera, dónde las mujeres se bajan  y continúan con sus cánticos.

Capa de Laura, una de las integrantes de la tuna- María Alamillo

Cuando se camina por una gran ciudad como Madrid, nadie se para con detenimiento a observar todo lo que pasa a su alrededor. Pero hay situaciones, lugares y personas que captan toda nuestra atención en un segundo. Esto es lo que les sucede a ellas, la Tuna Universitaria Complutense de Madrid (TUCM), la tuna más antigua de la capital. 

“Sabes cuándo te pones el traje, pero no cuándo te lo quitas” 

Entre Delicias y Atocha se encuentra el lugar donde pasan las tardes enteras cantando y riendo. Un sótano acogedor, dividido en dos salas, que desde el 19 de enero de 1991, ha visto pasar por allí cientos de mujeres que un día se pusieron un traje de tuna y que nunca más se volvieron a quitar.

Donación de las bandas de distintas tunas- María Alamillo

Como en cualquier grupo o asociación, el proceso de bienvenida a nuevas integrantes es fundamental para poder mantener el legado de una historia. El significado de la tuna abarca muchos valores, como el sentimiento estudiantil y el espíritu de hermandad. Una tradición que se remonta hasta la Edad Media con Juan Ruiz conocido como el Arcipreste de Hita, famoso por sus poemas y por El Libro del Buen Amor.

“Si tienes un instrumento en casa, genial, pero si no aquí te proporcionamos los materiales necesarios” dice Andrea a las nuevas incorporaciones, una de las protagonistas de esta tuna, que junto a su instrumento, ha vivido historias inigualables que guardará para siempre en su memoria. Desde sus inicios, no fue fácil poder acceder a un puesto  en un mundo que, aparentemente, es sólo de hombres. Con mucho esfuerzo, estas mujeres han llegado a estar en posiciones muy altas en certámenes y ganarse el cariño y apoyo por parte de su ciudad. “No es fácil ir por la calle y que todo el mundo te mire, pero te acabas sintiendo como una estrella del rock” asegura Laura, una de las más veteranas en la tuna. No solo son sus voces las que cautivan al espectador, sus capas tienen detrás una historia que hace que no haya una igual en el mundo. Cada una bordada desde los escudos de los países que visitan hasta símbolos que representan un momento importante en su carrera. Hay uno que todas comparten: el escudo de la complutense, un escudo modificado.

Después de que, tras su constitución como tuna, la Complutense rechazara esta iniciativa, decidieron eliminar parte del escudo e incluir las estrellas de la Comunidad de Madrid. 

Escudo de la Tuna femenina de la Universidad Complutense de Madrid- María Alamillo

El sentimiento que genera su capa es tal que uno de sus compañeras, en un momento dado de su vida, sufrió un robo de su vehículo particular y su única preocupación era su traje: “Me da igual encontrar el coche, yo lo que quiero es encontrar mi capa”.

La amistad y el sentimiento de hermandad que se crea en la tuna hace que sus integrantes formen una pequeña familia. Murphy o Lechón, son de los apodos por los que se conoce a dos de las integrantes. Esto no es casualidad, todas ellas deben de tener un nombre “gracioso” por el que llamarlas. Andrea tiene una gran facilidad para caerse: “Siendo tan torpe, no es de extrañar que me llamen Murphy”. Por su parte, Laura siempre solía llevar un mechón de pelo teñido, y un día, una de las veteranas entendió “lechón”, las risas que causó la equivocación dieron pie a que desde ese mismo instante, Laura dejará de ser Laura para convertire en ‘lechón’. O Noemí, que parece estar siempre ausente, por lo que ‘empanada’ es su apodo ideal.

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