Los ‘diablos’ que veneran al santo
A principios de febrero, Almonacid del Marquesado celebra La Endiablada, una fiesta en la que los vecinos, vestidos de demonios, veneran a san Blas y a la Virgen de la Candelaria
La temperatura no llega a los cero grados y el sol se asoma con timidez. Es el amanecer del 3 de febrero en Almonacid del Marquesado (Cuenca), un pueblo de 417 habitantes situado a unos 80 kilómetros de la capital. Las calles, en su habitual gama de marrones, blancos y grises, se van llenando de color. Trajes con estampados multicolores se escabullen de las casas, todavía envueltas en el silencio que sucede a la noche. Hasta que ellos, los ‘diablos’, lo rompen. Varios hombres, con los ojos cansados de quien ha visto interrumpido su sueño, se dirigen a un mismo punto ataviados con cencerros en las caderas. La Endiablada, reza el cartel en la puerta de la casa en la que entran.
Son las raíces las que conforman un pueblo. Almonacid del Marquesado se debe a sus ‘diablos’. Son ellos los que recorren las calles en procesión, haciendo sonar los cencerros que anuncian su caminar ante la atenta mirada de los curiosos que se acercan a presenciar el espectáculo. “Significa demasiado. He vivido momentos muy bonitos”, cuenta uno de los jóvenes, que participa en la tradición desde que era un niño.
La Hermandad de los Diablos es una corporación religiosa, pero aseguran Dani, José Luis y Julián que aunque “seas poco creyente, es algo que te sale de dentro”. Esta hermandad, únicamente masculina, solo la forman habitantes del pueblo, sus descendientes o aquellos que se hayan casado con una mujer almonaceña.
En el edificio en el que se encuentran reunidos antes de comenzar a caminar, donde han estado más de una vez a lo largo del día, se intercambian palabras de aliento y chupitos de anís, el mismo que años atrás sus antepasados utilizaban para limpiar sus rostros manchados en su retorno del campo. La sala en la que se preparan no es grande y los colores de sus trajes se aprecian más vivos que nunca bajo la luz amarilla de la bombilla que los ilumina. Les invade la agitación a los que saben lo que está por venir.

A lo largo de la procesión, que se inicia a las ocho y media de la mañana, numerosos niños acompañan a sus padres, enfundados en su atuendo en miniatura. Ellos también forman parte de la hermandad, incluso los que todavía no han dado sus primeros pasos. “Lo ven desde pequeños. Ven a sus padres, a sus hermanos mayores y quieren serlo. Al final, la devoción les sale”, explica uno de los que se dispone para la procesión.
Con la energía que caracteriza al que lleva poco tiempo en la vida, veneran al santo y saltan por las calles, se persiguen y hacen corrillo. Incluso, si uno se fija bien y con algo de suerte, puede ver el abrazo protector de los mayores a los más pequeños, cuyos andares todavía son torpes sobre el asfalto. Algunos, cargados en brazos de sus progenitores, no pueden contener las lágrimas ante el estruendo y la agitación del momento, abrumados por el vibrar de la euforia colectiva.
Varias generaciones se unen en movimientos desacompasados, sin un orden concreto. Pero nadie emprendería la marcha si el ‘Diablo Mayor’ no lo ordenase. El más viejo de todos los ‘diablos’ siempre da el primer paso. Aunque marca el camino, varias veces deja de lado su puesto en la cabecera de la procesión para comprobar que todos sus pupilos marchan en posición. Es también quien se encarga de ordenar, tras la primera vuelta al pueblo, que se reparta el desayuno —porras y, más tarde, chorizo, torreznos y tortilla.
Cuenta la leyenda
Ocurre a menudo en la historia que pocas veces se sabe con certeza qué ocurrió de verdad. La Endiablada no es una excepción, su origen está marcado por dos leyendas. Hay poco escrito sobre esta festividad: y son los almonaceños los que, en cada febrero, se encargan de mantener vivo el folclore.
La vestimenta, sin embargo, es una posible demostración del hecho que dio lugar a la tradición. “El traje tiene que llamar la atención porque la historia cuenta que la Virgen, cuando nació Jesucristo, como era virgen y no podía tener hijos, estaba mal visto. Entonces, los pastores se vistieron con ropa llamativa”. De esta forma, los ‘diablos’ pretendían desviar la atención de la Virgen que, como manda el precepto judío, debía presentar a su hijo en el templo tras su nacimiento. Podía entregar a su hijo a Dios sin ser juzgada.

La otra leyenda cuenta que, en una rivalidad entre dos pueblos, fue Almonacid del Marquesado el que logró cargar una imagen encontrada en el campo de san Blas, incluso cuando sus animales eran más débiles que los del pueblo vecino, como si fuese el santo el que quisiera pertenecer al pueblo. A su llegada a la iglesia, los habitantes pondrían a sonar sus cencerros y daría comienzo a la tradición.
Cuando los ‘diablos’ adoran al santo
En Almonacid las mujeres bailan. Son las ‘danzantas’, unas seis jóvenes, las que acompañan a los ‘diablos’ en sus vueltas por el pueblo. Cuando llega el mediodía, unos y otras entran en la pequeña iglesia de la plaza. En su interior, los tímpanos de los presentes retumban. Los ‘diablos’ hacen sonar sus cencerros y elevan sus brazos en dirección a la estatua de san Blas. Se respira la emoción del momento previo al éxtasis.

En compañía del santo salen de la iglesia, caminando hacia atrás por un pasillo de curiosos que se arremolina en los laterales. El estruendo no cesa. San Blas ve la luz del sol y todos gritan y vitorean “¡Viva san Blas!”. Solo lo miran a él, como si los numerosos fotógrafos no se agolparan a su alrededor, como si los turistas no fuesen más que un espejismo.
Saltando por las calles pasean a san Blas. Las ‘danzantas’ cierran la procesión. Ya no queda sino volver a entrar a la iglesia y devolver al santo a su sitio para que guarde al pueblo y descanse de la caminata, al menos hasta el próximo febrero.
Entre el bar, la plaza y el hogar, los ‘diablos’ se retiran hasta la tarde. A las cinco se acercarán en rigurosa procesión al cementerio, donde el gris de las tumbas se mezclará con el color de los trajes y el sonido de los cencerros con el padrenuestro. Pero eso ya es otro cuento. Mismos ‘diablos’, mismo pueblo, otra historia que contar.
Fotografía de portada: Vecinos jóvenes y adultos de Almonacid del Marquesado esperan la salida en procesión de la figura de san Blas de la iglesia de Santiago Apóstol | Foto: Pedro Pascual
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