Contraplano

La vuelta de Taylor Swift a Madrid: una noche de friendship bracelets y muchas, muchas luces

Faltaban dos minutos para las ocho y cuarto de la tarde cuando apareció un reloj en el escenario. Con él, comenzaron los gritos. Y las miradas cómplices de los grupos de fans que llevaban años esperando el momento en el que Taylor Swift pisara de nuevo un escenario madrileño. Los abanicos de cartón que se habían repartido en la entrada del Santiago Bernabéu cayeron al suelo y las miradas se centraron en los bailarines que salían a escena. Casi sin que se pudiese percibir, la artista apareció en mitad de la estructura de hierro que ocupaba todo el césped del Real Madrid. Trece años después, Swift actuaba en España y la atmósfera estaba cargada de euforia, con una multitud ondeando miles de pulseras led que formaban un mar de luces multicolores. El espectáculo arrancó con «Miss Americana & The Heartbreak Prince», marcando el inicio de una travesía musical que prometía repasar los dieciocho años en la música de la cantante divididos en nueve momentos o, como Swift los denomina, eras.

El escenario del Santiago Bernabéu segundos antes del comienzo del concierto. Fotografía: María Gámez

Desde horas antes del concierto, la organización había dispuesto un protocolo de acceso alrededor del estadio: los puntos de control y el horario de entrada se repartieron según la ubicación de los asientos y el tipo de entrada, lo que permitió un flujo ordenado en todo momento. El área del concierto estaba equipada con diferentes servicios para los fans: lugares donde comprar bebida, estaciones de primeros auxilios y personal de información para asistir a cualquier persona desde la salida de la estación de metro Santiago Bernabéu. Metro Madrid comunicó en sus redes sociales un aumento del 200% en la frecuencia de la Línea 10 debido al evento. Las zonas específicas para el merchandising oficial de la gira, donde los precios oscilaban entre los 30 hasta los 80 euros, se encontraban en tres puntos diferentes del Paseo de la Castellana con el fin de evitar las aglomeraciones. Objetivo que se consiguió, al menos hasta el final del concierto. 

Una fan esperando para pasar el control de seguridad a las puertas del estadio. Fotografía: María Gámez
La estación de metro Santiago Bernabéu poco antes de la apertura de puertas del concierto. Fotografía: María Gámez

La energía del público no decayó en ningún momento. La de Taylor, tampoco. Los cambios de vestuario duraban apenas un minuto, no dejando casi tiempo para dar un sorbo de agua. A medida que Swift avanzaba con su repertorio, la multitud cantaba cada palabra, sin excepción, acompañada por efectos visuales —como el fuego que acaloró aún más el estadio mientras sonaban los acordes finales de “Bad Blood”— y coreografías que pasaban de la danza más clásica al baile contemporáneo según cambiaba la era del concierto. Entre tema y tema, Swift interactuaba con el público, agradeciendo el recibimiento, las ovaciones, los aplausos y compartiendo anécdotas que hacían, en palabras de la artista, que el ambiente se sintiera más íntimo: “Madrid, esta noche estoy tocando para más de 65.000 personas y siento que estoy cantando en mi habitación.”

El escenario durante la perfomance de «Bad Blood». Fotografía: María Gámez

Sentada al piano, con un foco de luz iluminándola, cambió por completo el rumbo del concierto con la actuación sorpresa de la noche. “La sesión acústica cambia cada concierto”, comentó la artista, que había preparado una canción de su tercer álbum de estudio, Speak Now, como guiño al público de Madrid que, en 2011, fue parte de la gira de este disco. Al mirar alrededor, podía verse cómo la artista estaba provocando lágrimas y abrazos entre el público. La conexión entre los fans se hacía tangible con los friendship bracelets, pulseras hechas a mano que se intercambiaban antes, durante y después del concierto.

Swifties con sus pulseras listas para ser intercambiadas. Fotografía: María Gámez

El espectáculo continuó con los míticos Red, donde se bailó, y 1989, donde la voz del público se terminó de romper, hasta llegar a los más recientes Folklore, combinado con su disco hermano Evermore, donde, de repente, el estadio se convirtió en el escenario idílico de un libro de cuentos. Era como estar dentro de la mente de Lewis Caroll. Incluso de J. M. Barrie. La sombra de Peter Pan parecía estar en el escenario. Pero era Swift. Y estaba ella sola. Justo cuando se pensaba que no se podía llegar a un nivel mayor de fantasía, le llegó el turno a The Tortured Poets Department y las hojas de todos los cuentos que se habían ido escribiendo a lo largo de la noche salieron disparadas por los aires. Cada era estaba cuidadosamente producida, con cambios de vestuario específicos para cada una de ellas y una escenografía que transformaba el escenario en todos los universos imaginables a medida que avanzaba la noche.

El escenario durante un descanso justo antes del comienzo de la era Folklore-Evermore. Fotografía: María Gámez
Swift en la era FolkloreEvermore. Fotografía: María Gámez
La grada del Bernabéu durante The Tortured Poets Department. Fotografía: María Gámez

Swift se acordó de uno de los colectivos más ninguneados de la historia: las niñas. Sonaron los acordes de “The Man”. Las fans volvieron a tener doce años durante tres minutos. Leían novelas románticas y escuchaban a One Direction mientras sus compañeros de clase se reían de ellas, ¿quién se ríe ahora? Nueve eras y tres horas después, la emoción del público seguía en el mismo lugar que al comienzo. Swift cerró el concierto con “Karma”. Los fuegos artificiales iluminaban el estadio y la música retumbaba por última vez. “No sé cómo voy a superar esto que acabo de ver”, se escuchó en algún lugar de la grada del Bernabéu. La artista prometió no volver a tardar tanto en venir a tocar a España. Pero no, no vayan a verla. No lo hagan si no quieren comparar este con los conciertos que vean después. Si, aún sobre aviso, deciden hacerlo, no digan que no se les avisó. Mientras esperan, tendrán los friendship bracelets. Es una manera de permanecer, aunque sea durante un rato, en la ilusión.

El público saliendo del estadio una vez finalizado el concierto. Fotografía: María Gámez

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