Reportajes

Tras los últimos pasos de Gerda Taro

No existe ningún lugar institucionalizado que recuerde el paso por España de esta figura esencial del fotoperiodismo. La publicación en 2018 de la que podría ser su última foto, reavivó el interés por su trabajo.

Solemne y solitario, un fresno se alza muy próximo a la M-600, la carretera de Brunete a El Escorial. Ha crecido tan cerca de la calzada, o se construyó la calzada tan próxima al fresno, que las autoridades decidieron resguardarlo a él y a los conductores con un quitamiedos. El metal casi roza la corteza de este Fraxinus angustifolia que tiene, al menos, 27 años. Las raíces del árbol se hunden bajo el trazado de una vía que fue escenario de momentos trágicos de la historia de España: la guerra civil y la batalla de Brunete.

El fresno (localizado en: 40º27´37.8¨N 4º00´40.3¨W) no es tan antiguo como para haber vivido tales acontecimientos, no existía durante los años de la guerra civil. En las imágenes aéreas de 1956, las más antiguas de esa zona que recoge el Instituto Geográfico Nacional, el árbol no parece existir, pero esto no es impedimento para que interesados por esta época hayan encontrado en esta ubicación un lugar para honrar la memoria de la primera fotoperiodista de guerra de la historia, y la primera que murió ejerciendo: Gerda Taro.

A la vera del tronco, en el suelo, ocultas por la hierba, unas alisadas piedrecitas quedan posadas sobre una cama de azulejos y unos pedazos de cerámica. Aunque las inclemencias del tiempo han borrado la “E” y la “D”, unas letras inscritas en cada uno de los guijarros consiguen inmortalizar el nombre de la fotógrafa en un mosaico artesanal, visible sólo para los ojos de los que saben que está ahí. Sobre el mosaico, unas ramas sostienen una banda y escarapela tricolores. El rojo, amarillo y morado, propios de la iconografía republicana, destacan entre los colores verdes y ocres del paisaje, aportando al árbol un contraste luminoso. No parece haber más autoría que la del anónimo que ha convertido esta localización en uno de los pocos espacios que rinden homenaje a Gerda Taro, a su carrera y su labor.

Mosaico con el nombre de Gerda Taro en la base del fresno. Las inclemencias del tiempo lo han dejado huérfano de dos letras, de la “E” y la “D”. | Foto: Pedro Pascual

Una calle y quizás una lápida en Madrid

El recuerdo de la primera fotoperiodista de guerra de la historia en los ayuntamientos del noroeste de Madrid, lugares donde Taro cubrió la guerra, es escaso, pero no inexistente. Una calle de menos de cien metros de una urbanización de Majadahonda lleva su nombre, y en Google Maps, aparece indicada la existencia de una lápida en El Escorial, pero en la ubicación señalada no hay rastro de ella. Más allá de estos dos ejemplos, ninguna institución ha rememorado los lugares por los que pasó.

Hace seis años, el exoficial británico John Kiszely reavivó el interés por la fotoperiodista sin quererlo. Su padre, médico de las brigadas internacionales, aparece en una fotografía tratando a quien se supone que es la propia Taro. John publicó esa imagen sin saber este detalle, pero no tardó en hacerse viral y dar la vuelta al mundo. Acababa de aparecer la que quizás fuera la última instantánea de Gerda Taro. 

Los intentos de recordar la figura de Taro se reducen, en la mayoría de casos, a la ingente labor de un reducido número de ávidos aficionados por la historia, que han cogido la batuta de desentrañar hasta el último entresijo que rodea a la muerte de la fotógrafa. Aunque con lagunas propias de la falta de recursos técnicos y económicos, han logrado reconstruir la memoria de la historia comarcal de Brunete y del nombre de Gerda Taro. 

Los empeños por reconstruir la historia rozan lo pasional: “Taro es mi amor platónico, sin duda el personaje con el que me quedo de la guerra”, confiesa Guillermo Poza Madera, investigador y divulgador de GEFREMA (Grupo de Estudios del Frente de Madrid). Poza ha logrado encauzar su vida, dedicándola  a la observación de la historia de la Guerra Civil a través de los pedazos de metal oxidado con los que el paisaje bélico ha envejecido sobre el árido suelo de Brunete y Majadahonda. En una parcela situada en las afueras de Majadahonda, todos sus hallazgos históricos, desde cerámicas romanas hasta carcomidos proyectiles de mortero de la guerra civil, quedan atesorados en un pequeño cobertizo. En él se comprimen las piezas más significativas de un gran puzle, el de la historia de la comarca. Con la curiosidad y orgullo de un niño aventurero, muestra sus hallazgos en redes sociales y exposiciones en un afán de divulgación y memoria histórica. 

Escarapela con los colores de la II República colgada del fresno | Foto: Pedro Pascual

No es el único. A través de su blog Brunete Historia y Vida, Antonio Rufo dedica horas a divulgar la historia sobre la que se asienta la vida en Brunete, centrándose en rememorar el pasaje bélico que obligó a los antepasados de tantos a abandonar su pueblo natal. Esta labor altruista de investigación complementa la poca memoria institucional que existe sobre la batalla de Brunete, reducida al nombre del colegio público situado frente al centro de trabajo de Rufo, la Asociación Esteo. Este divulgador y antiguo técnico de televisores dispone en su ordenador de una amplia colección de archivos fotográficos que recogen a gran resolución los instantes más decisivos de la batalla de Brunete. 

Es gracias a estos dos aficionados que Gerda Taro es recordada un poco más.  Poza se siente orgulloso del mosaico bajo el fresno: “Es un símbolo, un homenaje. Puse unas piedras con su nombre, y la gente ha vuelto a ir, a repasarlas…”. Por su parte, Rufo ha publicado en su página web diversos artículos donde arroja luz sobre el paso de Gerda por Brunete.

El Fraxinus angustifolia junto a la calzada | Foto: Pedro Pascual

La otra mitad de Robert Capa

De nombre original Gerta Pohorylle, nació en Stuttgart el 1 de agosto de 1910. Al ser judía tuvo que huir de Alemania en 1933 debido a la persecución nazi. Exiliada en París, un año más tarde conoció a quien se convertiría en su pareja sentimental y profesional, Endre Frieddman. El talento y la destreza de ambos se fusionaron en una de las mayores leyendas del fotoperiodismo internacional: Robert Capa, seudónimo que en la actualidad es atribuido únicamente a Frieddman. En la capital francesa, a través de revistas como Vu o Ce Soir ambos dieron sus primeros pasos en el periodismo y en la fotografía.

Con el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y el estallido de la guerra civil (1936-1939),  la inquietud y valía de esta pareja quedó demostrada con la cobertura de los acontecimientos más destacados de la contienda: la toma del Alcázar, la resistencia en Madrid o la caída de Málaga, para la revista francesa Vu.

La leyenda de Robert Capa quedaría disuelta en dos historias separadas. La carrera de Robert Capa (Frieddman) discurrió en el terreno internacional de la II Guerra Mundial. La fidelidad de Gerda a la causa republicana la alentó a quedarse para emprender una prolífica pero olvidada carrera en solitario, retratando con un estilo más visceral los horrores de la guerra y siguiendo muy de cerca las campañas militares del bando republicano. Especialmente reconocida es su cobertura de la batalla de Brunete. Allí, en uno de los frentes más sangrientos de la contienda, sufrió un fatídico accidente automovilístico tras el cual, luego de ser trasladada al hospital de El Escorial, falleció el 26 de julio de 1937.

Antonio Rufo es fiel a las fuentes y a los documentos oficiales. Según explica, la batalla de Brunete fue una contraofensiva del ejército republicano para aliviar la presión sobre las ciudades fabriles del norte de España, creando una bolsa alrededor de la localidad y otros pueblos cercanos. Rufo dispone en su amplio almacén industrial de una envidiable colección de archivos fotográficos. Las imágenes muestran las casas despojadas de todo rastro de vida ante la inevitable evacuación de sus padres y de tantos otros antepasados; algunas de ellas son de Taro. A gran resolución se palpa en ellas el ambiente árido y seco de una batalla que se caracterizó por la falta de suministros alimenticios. «Se la conoce como la batalla de la sed por la mala previsión de la logística”, explica Rufo.

Antonio Rufo en la sala Esteo Madrid | Foto: Pedro Pascual

La llegada de Taro a Brunete nada más comenzar la batalla fue propia de la avidez y curiosidad periodística que la impulsaba a ir allí donde se encontrase la noticia. El seudónimo Robert Capa con el que Endre Friedman y Gerta Pohorylle firmaban sus piezas quedaría disuelto en dos caminos separados. Él se marchó a París, mientras que ella decidió permanecer en España con la intención de seguir los pasos de la Asociación de Intelectuales Antifascistas de Valencia hasta Madrid, donde se hospedó en el Palacio de la Defensa de la Cultura, en la calle de Marqués del Duero, junto con el poeta Rafael Alberti y su esposa, María Teresa León.

Palacio madrileño que configuraba la sede de la Asociación de Intelectuales Antifascistas, donde Gerda Taro se alojó un tiempo. | Foto: Pedro Pascual

Brunete, su última cobertura

Por medio de un enlace del Gobierno, se enteró del inicio de un nuevo frente a pocos kilometros de Madrid. Acompañada tan sólo por su cámara de 35mm, el mismo 6 de julio de 1937, se adentró en Brunete para retratar uno de los enfrentamientos bélicos más paradigmáticos de la guerra civil. “La batalla de Brunete se convirtió en un campo de pruebas para la tecnología militar de la Segunda Guerra Mundial», afirma Rufo, recalcando que se trataba del primer enfrentamiento aéreo contra la aviación de la Legión Cóndor alemana.

Gerda Taro cubrió el comienzo y el final de la contienda, y falleció un día después de finalizar la batalla. Tenía  planeado regresar a París el 26 de julio, pero dos días antes decidió acercarse a Brunete para realizar las que serían sus últimas fotos. Agarrada al lateral de un coche junto con el periodista Ted Allan, sufrió un accidente al chocar con un tanque T-26 del ejército republicano. Tras el golpe, fue trasladada a la 35 División Sanitaria de El Escorial, entonces habilitada para el tratamiento de soldados heridos en combate.

Taro murió en Madrid, donde las instituciones apenas la recuerdan

Guillermo Poza se guía por su instinto y, a veces, por el romanticismo que tantas veces despista a los aficionados. Sobre el terreno en el que se encuentra despliega el conjunto de coordenadas que componen su dilatado mapa mental, recocinado a base de estudio, memorización y alguna que otra imprecisión fruto de una intuición pasional. Su capacidad para retener tanta información cartográfica se debe a sus años de experiencia en el análisis de mapas o informes topográficos, que actualiza lo “observado” para crear un relato histórico único. “No es por presumir, pero sólo con los ojos soy capaz de pintar en una pizarra un mapa con mucho detalle”, afirma al explicar cómo con la “observación de la orografía” es capaz de imaginar el paso de los tanques republicanos sobre las líneas del frente en la batalla de Brunete.

Firme defensor del trabajo in situ,  la labor fotográfica de Gerda Taro se convirtió en su principal referente bibliográfico y documental para el tratamiento de la batalla de Brunete, aunque pronto se tornaría en una simple excusa para seguir hasta la última huella de la que se convertiría en su “amor platónico”.

Guillermo Poza muestra sus hallazgos arqueológicos: restos de una caja de municiones de la guerra civil, piezas de proyectiles de mortero, cerámicas… | Foto: Pedro Pascual

De todos los relatos, verídicos o no, detallistas o más generalistas que se han escrito sobre la muerte de Taro, a Poza le pone la “piel de gallina” el que el mismo Ted Allan manifestó en un escrito de julio de 1969.

El accidente mortal de Taro, según Ted Allan

Colocó la cámara en el asiento delantero. Había cierta confusión delante de nosotros. Se acercaba un tanque. Había sido ametrallado por un avión nacionalista y circulaba zigzagueando erráticamente por la carretera. Nuestro coche giró a la izquierda para evitarlo. El coche se salió de control; comenzó a rodar. Me di cuenta que mis dos piernas estaban apagadas. Vi sangre en mi pierna derecha. Y los pantalones rotos a mi izquierda. No hubo dolor. «¡Gerda!». Vi su cara. Sólo su cara. El resto de su cuerpo quedó oculto por el auto volcado. Ella estaba gritando. Sus ojos me miraron y me pidieron que la ayudara. Pero no pude moverme. El tanque estaba ahora en silencio. Había girado y ahora estaba en silencio. Luego el hospital de El Escorial. Era un hospital dirigido por ingleses. Pregunté si habían visto a una mujer, pelirroja… «Sí. Gerda Taro. Sí. Está aquí. La trajeron aquí hace unas horas». «¿Como está ella?» «Ella está bien.» «¿Puedo verla?» «No. Acaba de ser operada. No puedes verla” … «¿Podré verla por la mañana?» «Sí”

El accidente mortal de Taro, según Ted Allan

Poza sostiene esta versión de los hechos sobre otras que afirman que Gerda Taro fue aplastada por el Tanque T-26, conducido por el brigadista Aníbal González, al chocar con el Chevrolet Matford negro del general Walter, sobre el que se apoyaba Taro en uno de sus estribos. La Revista FV, especializada en el estudio de la fotografía, también comparte el relato de Ted Allan.  Según esta versión, el ensangrentado cuerpo de Gerda Taro llegó al Hospital El Escorial de la 35 división sanitaria, también conocido como el Hospital de los Ingleses. Partidarios de una u otra versión, todos comparten una misma duda: ¿dónde quedó la cámara de Gerda Taro?

La posible última foto: una ilusión

Todo parecía encajar. Antonio Rufo, ávido por encontrar respuestas a los vacíos de información que rodean la vida y muerte de Gerda Taro, vio una instantánea de los que podrían ser los últimos momentos de ella con vida, un documento absolutamente inédito. Aquello tenía sentido, pero, según dice Rufo: “La historia es la única ciencia viva que puede llegar alguien y revocarla”.

Fotografía de Gerda Taro durante el entierro del General Lukacs en Barcelona. Aunque se pensó que esta podría ser su última fotografía con vida, las letras en la luna delantera y la vestimenta desmienten la teoría. | Foto: Exibart.es

La imagen estaba recortada y sólo se leían las cinco primeras letras de la palabra escrita en el parabrisas de un coche. Rufo nunca llegó a afirmar que la imagen fuera tomada en Brunete, pero sí que las letras podrían formar la palabra “general” (el automóvil en el que viajaba era el del general Walter): “La foto sería descorazonadora por la cara que se le queda a ella cuando ve que en el coche hay heridos”. Sin embargo, la realidad es que no podía tratarse del Matford Alsace del general Walter, pues las letras formarían la palabra “Generalitat” (como se apreciaba en la imagen con mayor resolución). Además, Guillermo Poza destaca que la vestimenta coincide con la que llevaba en el entierro del General Lukacs en Barcelona, en junio del 37, por lo que la idea de esta como última foto de Taro con vida quedaría descartada.

La enterraron en París el mismo día que hubiera cumplido 27 años

“El testimonio del tanquista, Anibal, que manejaba el T-26 contra el que chocó el coche de Walter, está documentado”, explica Poza. Quizás la primera idea de Rufo sobre la fotografía no sea cierta, y el sueño de Poza de encontrar esas últimas imágenes que tomó Gerda Taro antes de morir jamás se cumpla, pero en ocasiones aparecen por sorpresa datos o imágenes que dotan de nuevos contextos a hechos que ya se conocían pero que no se les había dado mayor importancia.

El doctor Kiszely junto a la paciente que podría ser Gerda Taro | Foto cedida por John Kiszely (X)

¿Es ella la de la foto?

Un tuit lo puede cambiar todo. En enero de 2018 el ya retirado general británico John Kiszely mostraba en X (Twitter) la fotografía de su padre, médico de las brigadas internacionales, atendiendo a una paciente herida de gravedad. Unos atentos usuarios se percataron de que la paciente fotografiada podría ser la misma Gerda Taro. Efectivamente, una breve y difusa descripción del doctor Kiszely en el reverso de la foto —“Frank Capa = Ce Soir. Killed in Brunete 1937”— alimentaba la posibilidad de que la mujer pudiese ser la fotoperiodista.

Lo sorprendente es que no se trataba de una imagen inédita, guardada con recelo en un archivo secreto, sino todo lo contrario. La fotografía había sido publicada en 2006 en el libro coordinado por Manuel Requena y Rosa María Sepúlveda titulado La sanidad en las brigadas internacionales. Pero nadie había reparado en que la mujer de la imagen pudiese ser Taro. El médico que aparece con ella ofreció una entrevista en 1992 al Imperial War Museum y explicaba con datos poco precisos y un tanto confusos las circunstancias en las que habría atendido a Gerda Taro, llegando a confundir el nombre de Gerda y la causa de su muerte.

Recorte del libro La sanidad en las brigadas internacionales donde aparece la imagen | Foto cedida por: Guillermo Poza Madera

«Me pareció una imagen maravillosa, me sentí muy orgulloso de mi padre y de lo que había hecho en la guerra civil española»

El hijo del doctor Kiscely es el teniente general sir John Panton Kiszely, oficial ya retirado del ejército británico, exdirector general de la Academia de Defensa del Reino Unido y expresidente nacional de The Royal British Legion. Educado en Marlborough College y la Royal Military Academy Sandhurst, fue comisionado en los Scots Guards en 1968 y sirvió en diversas operaciones, incluyendo la Guerra de las Malvinas, donde fue galardonado con la Cruz Militar. Después de una distinguida carrera, se retiró en 2008. En la actualidad es historiador y su publicación más reciente es una biografía sobre el general y diplomático británico Pug Ismay publicada en mayo de este año.


Kiszely recuerda a su padre y explica que “nació en Hungría. En 1936 acababa de obtener su título de médico por la Universidad de Szeged”. De padres húngaros, “se estaba especializando como cirujano de ojos, pero decidió tomarse un tiempo libre porque quería ir a España, a la guerra civil por motivos políticos, para apoyar a las Brigadas Internacionales, pero sobre todo porque pensaba que sería ventajoso para su carrera médica trabajar en una zona de guerra”, destaca John.

Reverso de la imagen del padre de John Kiszely con, supuestamente, Gerda Taro | Foto cedida por  John Kiszely

El teniente reconoce que la mayor parte de lo que sabe sobre su padre en España no proviene de lo que le contó, sino de lo que le escuchó a través de entrevistas. “Mi padre no tenía una opinión muy buena de los militares. Y creo que parte de ello fue que vio en España mucha incompetencia militar”. Lo cual es normal, teniendo en cuenta que un gran número de voluntarios integraban las filas del ejército republicano, y principalmente de las Brigadas Internacionales. 

John no recuerda si había revisado alguna vez las imágenes de su padre en la guerra. Tiene una caja llena de ellas pero no se había detenido a analizarlas. “Empecé a mirarlas, y muchas de ellas no tenían nada escrito en la parte posterior, sólo fotos de España y personas sin identificar”, explica. 

De todos los recuerdos que el antiguo médico de las brigadas sanitarias de El Escorial guardaba en una caja repleta de fotografías, a su hijo John le llamó especialmente la atención una:  “Había una, de mi padre haciendo su trabajo como médico con esta chica que había sido asesinada. Y me pareció una foto maravillosa. Me sentí muy orgulloso de lo que había hecho mi padre”. Esa imagen quizás sea la única  foto del cadáver de Gerda Taro, la primera fotógrafa de guerra fallecida ejerciendo su trabajo.

sir John Kiszely durante la entrevista

Inmediatamente John la publicó en Twitter (X): “Simplemente puse: aquí hay una foto de un médico en la guerra civil española tratando a un paciente. Mi padre, a lo que alguien le contestó: “¿Cuándo y dónde, y hay algo escrito en la parte posterior?”. sir John Kiszely publicó lo que estaba escrito detrás y la contestación de los usuarios le “sorprendió enormemente». “Recibí muchos mensajes que decían «Gerda Taro, Gerda Taro». Yo no sabía quién era Gerda Taro. Para ser honesto, tuve que buscarla en Google. Y luego descubrí que es una persona icónica con una vida fantástica”, recuerda.

“No sabía quién era Gerda Taro. Tuve que buscarla en Google.»

John cree que la fotografía podría haberla hecho el doctor Moises Broggi: “Mi padre hizo muchos amigos en España, y se mantenían en contacto, pero no pudo regresar hasta que murió Franco. El más cercano era un colega médico que trabajaba también en las Brigadas Internacionales, Moisés Broggi, de Barcelona”. Recuerda que cuando era joven, el médico catalán visitó a su padre en Inglaterra: «Debe haber sido en la década de los 50. Recuerdo que vino y que no hablaba mucho inglés, pero obviamente era un amigo muy cercano de mi padre.”

“En la entrevista para el Imperial War Museum en 1992, mi padre, a sus 83 años, no recordaba a Gerda Taro. Aunque se reconoció en una foto tratándola, dijo que no sabía quién era ella en ese momento, viéndola sólo como otra víctima”, explica John. Esto lo encuentra desconcertante: “No era común que alguien le fotografiara tratando a una víctima. Tiene que haber algo especial en ella”, sugiere.

Estado actual de la tumba de Gerda Taro en el cementerio de Pere-Lachaise | Fotos: Pedro Pascual

Una tumba esculpida por Giacometti

Alberti y María Teresa León atestiguaron cómo habían acogido a Taro en el Palacio de Zabálburu antes de trasladarse al frente de batalla de Brunete. Entre sangre y sábanas, bajo la incesante amenaza de los bombarderos aéreos que merodeaban los cielos de El Escorial, ellos se encargaron de trasladar el cuerpo de Taro al jardín de invierno de la Asociación de Intelectuales Antifascistas. En una liturgia casi militar, poetas y milicianos honraron su memoria para, por última vez y antes de trasladar su cuerpo a París, decirle adiós.

El París que acogió a Gerda cuando huía del nazismo en sus primeros años de juventud volvió a recibirla, pero esta vez con la solemnidad propia de un cortejo fúnebre. El famoso cementerio de Pere-Lachaise, que sepulta los restos mortales de figuras como Chopin, Oscar Wilde o Proust, recibió a Gerda Taro. Su funeral se convirtió en una muestra de apoyo a la República Española. Desde la capital francesa, literatos como José Bergamin, Neruda o Louis Aragón pronunciaron discursos en su honor. El primero de agosto de 1937, el día que hubiera cumplido veintisiete años, Gerda Taro fue enterrada en la sección 97 del cementerio. En una tumba rectangular y sencilla, adornada con dos esculturas en piedra de un halcón y un jarrón, talladas por Giacometti, y muy próxima a la de Largo Caballero, reposan los restos mortales de la primera fotoperiodista que murió cubriendo un conflicto.

La olvidada historia de Gerda Taro queda superada por el recuerdo de unos pocos. Mosaicos, escarapelas, flores y jarrones se convierten en símbolos personales, en detalles que mantienen la memoria. Mientras haya alguien que retorne al fresno para repasar las letras escritas en rotulador, el trabajo de Gerda Taro seguirá presente. Son los pequeños actos que mantienen vivo un mundo que lucha por no ser olvidado.

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