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Veinte años del 11M: Voces que no olvidan

Capítulo 2: Las voces del andén

En nombre de aquellas personas a las que el 11M les marcó su vida para siempre

Han pasado veinte años. 7.305 días desde que la sociedad española vivió el mayor atentado terrorista de la historia de Europa. Era el 11 de marzo de 2004. En Madrid, alrededor de las 7:30 de la mañana explotaron diez bombas en cuatro trenes en las estaciones de cercanías de Atocha, Santa Eugenia y El Pozo y en la calle Téllez. No se ha olvidado. Lo que ocurrió aquel día no se ha dejado atrás. Este reportaje no trata sobre el 11M, sino sobre los protagonistas del 11M. A través de las voces de quienes vivieron de cerca la tragedia, intentamos reconstruir lo que pasó desde diferentes puntos de vista. Veinte años del 11M: Voces que no olvidan pretende que se escuche a quienes presenciaron el horror que vivió una ciudad que se volcó con las víctimas y reaccionó inmediatamente. Cada palabra, cada testimonio, cada realidad, cada gesto… Son relatos que no se olvidarán nunca. Los relatos de las voces del 11M.

Este especial se estructura en tres capítulos. El primero, El corazón del andén, da voz a los profesionales que vivieron aquel día en un segundo plano, pero cuyo trabajo resultó fundamental. En el segundo, Las voces del andén, hablan las víctimas, los supervivientes. Son los relatos de quienes estaban presentes en los escenarios de la tragedia y sufrieron las peores consecuencias. El tercero y último, La memoria del andén, reflexiona sobre el nivel de consciencia que tienen los jóvenes universitarios, la mayoría de los cuales no habían nacido aquel 11 de marzo, sobre lo que sucedió. Veinte años del 11M: Voces que no olvidan tiene el objetivo de mostrar la realidad. Una realidad que dejó huella.

Atocha (07:37)

Francisco Millán, vecino de Santa Eugenia que iba en uno de los trenes que explotaron en Atocha: “Mi hija y yo tuvimos mucha suerte, fue una cuestión de segundos”

Francisco Millán, vecino de Santa Eugenia que iba en uno de los trenes de Atocha el 11 de marzo de 2004, durante la entrevista en el Mercado de Santa Eugenia | Foto: Pedro Pascual

Francisco Millán vive en el barrio de Santa Eugenia y es socio de la Asociación de Víctimas del 11M.  El 11 de marzo de 2004 trabajaba en Fuencarral y, como todos los días, cogió el Cercanías hasta Atocha. Él insiste en que no se considera una víctima ya que la suerte le acompañó aquel jueves. Explica que el trayecto se asemejaba al de cada día de la semana. Desde la estación de Santa Eugenia, donde cogió el tren, no notó nada raro. Pero en cuanto llegó a Atocha, comenzó el horror: «De repente, escuché un zumbido y el tren se paró». Pocos segundos después, comenzó a ver que la gente salía corriendo de los vagones y se asomó a la puerta. Pudo observar que al final del tren había pasado algo grave. «En ese momento, muchos pensamos que ETA había puesto una bomba», afirma. 

“Escuché un zumbido y el tren se paró”

Pasaron cinco o seis minutos y numerosas unidades de policía comenzaron a bajar las escaleras mecánicas de Atocha. Francisco recuerda perfectamente cómo las fuerzas de seguridad y los propios trabajadores de RENFE pidieron por megafonía que todo el mundo desalojara la estación. Él cogió el metro con dirección a la Plaza de Castilla, donde le estaba esperando su compañero de trabajo. Al llegar, su amigo le confirmó que habían explotado una serie de bombas en Atocha, El Pozo y Santa Eugenia. En Fuencarral, su lugar de trabajo, encendieron un televisor y entonces fue consciente de lo que había ocurrido: el tren en el que se había subido llevaba a bordo una bomba, pero no explotó.

Francisco llamó a su familia para contarle lo que había sucedido: «Me enteré de que mi hija estaba en Santa Eugenia en el momento en el que explotó el tren allí». Cuando se detonó la bomba, ella estaba subiendo las escaleras para coger el Cercanías. «Tuvimos mucha suerte, fue una cuestión de segundos», afirma rotundamente.

Hubo muchas otras historias que no tuvieron el mismo desenlace. Cuenta Francisco que una vecina suya cogía muchos días el tren con él para ir a trabajar.
«Ella no tuvo la misma suerte que yo», lamenta. Por desgracia, aquel día, su vecina se adelantó y cogió un tren distinto. Ella estaba en el Cercanías que explotó en la calle Téllez. «La tuvieron que coger con pinzas», asegura. «Dentro de lo que cabe, yo fui un afortunado. Por desgracia, muchos otros no tuvieron la misma suerte», concluye.

El Pozo (07:38)

Eulogio Paz Fernández, padre de Daniel Paz Manjón, víctima de los atentados del 11M:  “Encendí el ordenador, vi la trayectoria de los trenes, vi que era la que hacía Daniel para ir a la Universidad. Le llamé al móvil, no lo cogía”

Eulogio Paz, padre de Daniel Paz Manjón, víctima de los atentados del 11M, durante la entrevista en el Mercado de Santa Eugenia | Foto: Pedro Pascual

Según la Ley 1/2023, del 5 de abril, de Reconocimiento, Homenaje, Memoria y Dignidad a las Víctimas del Terrorismo. «La memoria de las víctimas del terrorismo es el principio básico que preside la regulación contenida en la presente ley y supone una garantía de que los cántabros no van a olvidar a los que perdieron la vida, resultaron heridos física o psicológicamente o vieron sacrificada su libertad como consecuencia del terrorismo en cualquiera de sus manifestaciones». 

Eulogio Paz Fernández se presenta aludiendo a su “condición de víctima» según la Ley de Víctimas del Estado Español. «Soy el padre de Daniel Paz Manjón, que era estudiante de segundo curso de Ciencias de la Educación Física y del Deporte y que fue asesinado en el tren atacado en la estación del Pozo».

Aquel 11 de marzo de 2004, Eulogio trabajaba cerca de la estación de Atocha: «Antes de las ocho de la mañana ya estaba en mi puesto de trabajo. Entonces, sonó el teléfono de la mesa que tenía al lado, lo cogí y era la mujer de un compañero que me preguntó: ¿Ha llegado Miguel?, y me comentó lo de las explosiones». 

“Solo se escuchaban los gritos desgarradores de las familias a las que les comunicaban que las personas que buscaban habían fallecido”

Entre el caos de la oficina, Eulogio decidió revisar la trayectoria que hacían los trenes afectados. «Encendí el ordenador, miré la trayectoria de los trenes y vi que era la que hacía Daniel para ir a la Universidad. Le llamé al móvil, no lo cogía».

Fue entonces cuando comenzó su búsqueda. «A las diez de la mañana decidí marcharme y al primer lugar que fui fue al Hospital Gregorio Marañón, pero no estaba el nombre de Daniel. Fui al 12 de Octubre, tampoco estaba. Después fui a la estación de El Pozo, pero no era posible acceder». «La noche fue dramática. Sólo se escuchaban los gritos desgarradores de las familias a las que les comunicaban que la personas que buscaban había fallecido», asegura. 

Pasadas las cuatro de la tarde acudió a IFEMA junto a su familia para buscar más respuestas. «Nos preguntaron si Daniel tenía alguna señal que permitiera identificarlo. Les dijimos que tenía una cicatriz en el brazo desde pequeño. Allí estuvimos toda la madrugada. Por la mañana me fui a casa a ducharme, y pasé también por casa de mi madre para explicarle la situación».

“Once días después volví a trabajar. O te quedas en la cama mirando al techo o te levantas y caminas”

Un día que parecía que nunca acabaría llegó a su fin horas más tarde. «Volví por la mañana y la policía científica nos dijo que el cuerpo de mi hijo estaba más o menos localizado pero que tenían que hacernos a su madre Pilar y a mí las pruebas de ADN para verificar. A las doce del mediodía nos mandaron a casa y nos dijeron que ya nos avisarían». Cinco días después, Eulogio y su familia recibieron la llamada. «Recogimos el cuerpo y fuimos a un tanatorio para velarlo”, recuerda. Para ellos fue muy complicado: “Once días después volví a trabajar. O te quedas en la cama mirando al techo o te levantas y caminas», lamenta.

“Los vecinos de El Pozo fueron corriendo a la estación. Arrancaban los bancos para poner allí a la gente que sacaban de los vagones”

“Las Florecillas” en una de sus reuniones de los miércoles por la mañana en el centro cívico de El Pozo | Foto: Pedro Pascual

«Las Florecillas» es una asociación de vecinas del barrio de El Pozo que se reúnen todos los miércoles por la mañana para desayunar y compartir un rato juntas mientras organizan distintas actividades para el barrio. La mañana del 11 de marzo de 2004, su barrio fue el más afectado por el atentado, dejando un total de 68 víctimas mortales. 

María José solía coger el tren sobre las 7:30 para ir al trabajo, pero ese día estaba de vacaciones. Desde la ventana de su casa vio humo proveniente del barrio de Santa Eugenia, pero pensó que era un incendio. A los pocos segundos, sonó una fuerte explosión y luego otra que, según relata, «parecía que levantaban la casa».

María José durante la entrevista en el centro cívico de El Pozo | Foto: Pedro Pascual

Ella no dudó y fue directamente a la estación para ayudar en lo que pudiera, como mucha gente del barrio. «Al llegar, lo que vi fue tan espantoso que fui incapaz de entrar. En el suelo había de todo».

Catalina siempre ha vivido en El Pozo. Ya estaba trabajando en el paseo de Recoletos cuando se enteró de lo que había ocurrido. No paraba de recibir llamadas, entre ellas la de su jefe, indicando que se fuera a casa. Decidió volver, pero el camino se hizo interminable. Madrid estaba blindada. Catalina sintió que estaba dando la vuelta al mundo para volver a su casa en taxi: «Viví una odisea para llegar a mi casa», recuerda. Allí la esperaban sus ocho hijos y todos sus nietos.

Catalina durante la entrevista en el centro cívico de El Pozo | Foto: Pedro Pascual

“Aquel día fue horroroso para todas las que vivimos en el barrio. No hay palabras para describir lo que se vivió”

Araceli, junto a su hija y su nieta, había decidido coger esa mañana el cercanías para ir a Parla. Normalmente iban en autobús, pero ese día no les apetecía tener que cerrar el carrito de la niña. Araceli sacó a pasear al perro mientras su hija vestía al bebé y fue entonces cuando se escucharon las dos detonaciones. Al momento, vio cómo la gente corría. «No sabía lo que era, pero hubo otra explosión y pensé que algo pasaba. La gente corría y yo fui corriendo también a avisar a mi hija para que no se moviese de casa».

En el centro, Araceli durante la entrevista en el centro cívico de El Pozo | Foto: Pedro Pascual.

Al marido de Elvira le salvó un descuido. Minutos antes de las explosiones, él había regresado a casa porque se había dejado olvidado el abono transporte. Ya iba camino de vuelta a la estación cuando sonaron los dos estallidos. Elvira salió de casa corriendo en busca de su marido y se encontró un panorama desolador: «Allí llovían cosas que no gustaba verlas. Venían coches continuamente, estaba todo revuelto. Ese día se pasó muy, muy mal».

En el centro, Elvira durante la entrevista en el centro cívico de El Pozo | Foto: Pedro Pascual

Ese día no se les borrará nunca de la memoria. A algunos vecinos les costó volver a coger el cercanías, como a Catalina, que asegura que estuvo más de mes y medio sin coger el tren, o como a María José, que recuerda el mal momento que pasó cuando el tren en el que iba se quedó parado: «Me acuerdo que una vez se paró el tren en el que iba y nos dijeron que era porque había tenido un problema… Me ahogaba porque el tren estuvo cerca de veinte minutos parado, habían pasado dos meses del 11M».

Otros vecinos, ante el horror de lo que habían visto, quedaron afectados psicológicamente. De ahí que desde “Las Florecillas” se pida ayuda psicológica para los afectados. «Del Gobierno vendrán a presenciar y a hacerse fotos, que a lo mejor ni la mayoría de ellos vienen porque aquí, en el barrio, se les abuchea. Pero eso no da soluciones a la gente que se ha quedado mal, que no puede andar, que tiene que pagar un fisioterapeuta, que tiene que pagar psicólogos. ¿Por qué tienen que pagar por fisioterapia o por psicología? ¡Si no tienen culpa de lo que ha pasado!», protesta María José.

“Una vez se paró el tren en el que iba y nos dijeron que era porque había un problema… Me ahogaba. Habían pasado dos meses del 11M”

Pero si algo destacan de ese día es la generosidad de todo el barrio ante lo ocurrido. Justo en la misma esquina donde está la estación hay dos bares. Catalina explica que allí es donde mucha gente, antes de ir trabajar, para a tomar café. Esa mañana, en esos bares, no quedó nadie. «Todos fueron corriendo a la estación, todos. Arrancaron los bancos para poner sobre ellos a la gente que iban sacando de los vagones. Este barrio ha sido siempre muy solidario con todo el mundo, pero aquel día, no hubo una persona que no ayudase».

Santa Eugenia (07:38)

Marisa García, presidenta de la Asociación de Vecinos de La Colmena en 2004: “La gente de Hipercor de Barcelona vino a visitarnos y a ofrecernos sus abogados”

Marisa García, presidenta de la Asociación de vecinos de la Colmena en 2004, durante la entrevista en el Mercado de Santa Eugenia | Foto: Pedro Pascual

«Asociación de vecinos, con más de 30 años de historia. Luchando por los intereses de los vecinos, sin afinidad política». Así se definen en su página web los vecinos de Santa Eugenia. 

Como Marisa, muchas personas tuvieron la suerte de no ser afectadas por la tragedia, pero eso no fue motivo para no brindar toda la ayuda necesaria. «Yo, afortunadamente, estaba en mi casa y mi familia también. La única que salía pronto era mi cuñada, que también vive aquí. Pero, como sale tan pronto, cuando llegó a Hacienda, en Plaza Castilla, el guardia civil de la puerta le dijo, María, vuélvete, porque en tu barrio ha estallado un tren», indica Marisa.

“No sé cómo pasamos ni el día, ni la noche, ni los tres días siguientes”

El desconcierto y la angustia no supusieron obstáculo para aquellos que, en ese día fatídico, dejaron a un lado sus propias emociones para brindar ayuda a quienes la necesitaban. «Después de eso, no recuerdo cómo pasamos el día, la noche, ni los tres días siguientes». Una vez conscientes de la magnitud del suceso, se activaron desde «La Colmena»: «Nos dirigimos a la asociación, la gente comenzó a llegar, otros llamaban por teléfono, ya que la falta de información era un tema crucial».

En momentos como esos, las dudas sobre la eficacia de tu ayuda, o si podrías hacer más, no cesan. «Creo que hicimos lo correcto, que era proporcionar apoyo a las personas para encontrar, no soluciones perfectas, ya que en este mundo no existen, sino ayuda». Hubo momentos de agobio en los que la Asociación tuvo que enfrentarse a situaciones inimaginables: «La noticia se extendió y mucha gente del Corredor del Henares llegó aquí sin preguntar ni cómo ni de dónde venían».

“La gente de Hipercor, de Barcelona, vino a visitarnos, a ofrecernos sus abogados”

No sólo recibieron ayuda por parte de la ciudad de Madrid. Desde Barcelona, aquellas personas víctimas del atentado a Hipercor, no dudaron en prestar su ayuda y conocimiento a la Asociación. «La gente de Hipercor, de Barcelona, vino a visitarnos, a ofrecernos sus abogados». Al pasar los días, y viendo cómo aquello iba creciendo debido a la magnitud de personas afectadas, decidieron dar un paso más. «La verdad es que la gente respondió exageradamente, lo que pasa es que era tan grave que por mucho que echases al saco nunca parecía medio lleno. Cuando ya vimos que aquello iba tomando forma, fuimos un día con una socia nuestra de la asociación ,que estaba afectada, y dimos de alta la asociación».

Calle Téllez (07:39)

Manuel Martínez, vecino de Santa Eugenia que iba en el tren que explotó en la calle Téllez: “El daño que produce un acontecimiento así, con el tiempo, se agranda enormemente”

Manuel Martínez, vecino de Santa Eugenia y testigo de la explosión que tuvo lugar en la calle Téllez el 11 de marzo de 2004, durante la entrevista en el Mercado de Santa Eugenia | Foto: Pedro Pascual

Manuel Martínez vive en Santa Eugenia y es presidente de la Asociación de Vecinos «La Colmena». El 11 de marzo de 2004 vivía en Entrevías. En aquel momento era técnico de seguridad industrial, trabajo que le obligaba a viajar a menudo a Australia. Aquel día se iba a subir en el primer tren que pasó por la estación, pero la gran cantidad de gente que había hizo que cogiera el siguiente. Todo transcurría con normalidad hasta que el tren se paró en la calle Téllez. «Vi un humo blanco y una especie de estrellas», recuerda Manuel perfectamente. Instantes después, la gente empezó a gritar que había explotado una bomba. Fueron cuatro detonaciones que causaron la muerte de 63 personas y marcaron «un antes y un después» en el barrio.

Manuel recuerda que en la calle Téllez, en una caseta próxima, había una mujer latinoamericana con una niña en brazos que estaba llorando. También pudo observar a cientos de personas aplastadas. «Antes de echar a correr vi que un vagón estaba reventado y que la explosión había sido de dentro a fuera», explica. Razona que lo pensó debido a que todos los cristales rotos estaban en el suelo de las vías, no dentro del tren. «Varias personas estaban ennegrecidas y medio desnudas». Manuel vio a un hombre sangrando y le advirtió que se aproximara cuanto antes a la estación para que le atendieran, pero le contestó: «No, también han puesto una bomba en la estación».

“Vi a varias personas ennegrecidas y medio desnudas”

Manuel se desplazó en autobús hacia su trabajo. «Estaba muy nervioso, pero me tranquilizó el hecho de poder hablar con mi familia», afirma. Llegó al despacho y contactó con la sede de su empresa, ubicada en Australia. En aquel momento ya le confirmaron quiénes habían sido. Para él, recordarlo es muy complicado. «¡Fue un acontecimiento inconcebible!», exclama. 

Hay una escena que no es capaz de olvidar: «El señor Martínez-Pujalte, con risas, despreció en el Parlamento a los que podíamos haber caído allí». Fue un golpe muy duro para el técnico de seguridad industrial aunque asegura que «el daño que produce un acontecimiento así puede no ser muy fuerte al principio pero, con el tiempo, se agranda enormemente». La sociedad española, según asegura, respondió de manera brillante y no interiorizó ningún tipo de islamofobia. «A los que trataron de jugar con las víctimas son a quienes se les debería poner mala cara», afirma.

Fuera del andén

Xabier San Martín, teclista de La Oreja de Van Gogh: “La historia que hay detrás de la canción fue obra mía, aunque hubiese sido muy bonito que estuviera basada en un testimonio real”

Xabier San Martín, teclista de La Oreja de Van Gogh el 11 de marzo de 2004, en su estudio ubicado en San Sebastián | Foto: Cedida por Xabier San Martín

Xabier San Martín es compositor y teclista del célebre grupo español La Oreja De Van Gogh. Aquel jueves 11 de marzo de 2004 se encontraba de vacaciones con su novia en Portugal, antes de comenzar una gira. Un trabajador del hotel en el que se alojaban les informó de lo que estaba ocurriendo en Madrid. En ese momento, encendieron el televisor y observaron a través de la pantalla el espanto y el horror de lo ocurrido. Todo eso le llevó a, en una tarde, componer una de las canciones que se ha convertido en un homenaje a todas las víctimas de aquel terrible día. «Lo que ocurrió el 11M merecía estar reflejado en una canción», asegura. 

“Es la canción que más tiempo me ha costado publicar. Me daba miedo que me acusaran de frivolidad”

Aunque algunos creen que está basada en el diario de una joven que perdió la vida ese día, no es así. San Martín cuenta que quiso centrarse en las vivencias de la gente y darles un enfoque emocional: «La historia de la canción fue obra mía, aunque hubiese sido muy bonito que estuviera basada en un testimonio real».

El proceso de composición, recuerda, fue muy complicado debido al espanto y el dolor que se estaban viviendo. El compositor no se decidió a publicar la canción hasta cuatro años después de la tragedia por miedo a meterse donde no le llamaban y por respeto a las víctimas. «Es la canción que más tiempo me ha costado publicar. Me daba miedo que me acusaran de frivolidad ante un hecho así», asegura.  

A pesar de todo ello, antes de que Jueves saliera a la luz, se la hicieron llegar a varias asociaciones de víctimas y tuvo una gran acogida por su parte. Mucha gente se sintió muy arropada por la historia que narraba la canción: «Nos dijeron que había sido como un regalo». Todo el dinero que se generó fue destinado a las asociaciones. 

Xabier San Martín asegura que, por todo lo que hay detrás,  es una de las piezas más emotivas que ha escrito a lo largo de su carrera. Como se ha vuelto a comprobar estos días y se puede ver en los conciertos, la emoción que provoca en quienes la escuchan es enorme. «Cuando suena Jueves, se hace magia», afirma.

“La canción, en cuanto se publicó, pasó a ser de la gente”

«El recibimiento por parte del público fue increíble», asegura San Martín, que reconoce que nunca esperaron una acogida así. Su único objetivo era rendir homenaje a todas aquellas personas que, de una manera u otra, se vieron afectadas por el horror y la barbarie del terrorismo.

Víctor Sampedro, catedrático de Comunicación Política en la Universidad Rey Juan Carlos: “Tras el 11M se instala la mentira«

Víctor Sampedro, autor del libro Voces del 11M. Foto: Pedro Pascual

El profesor Víctor Sampedro Blanco es una figura destacada en el campo de la Comunicación Política. Catedrático en la Universidad Rey Juan Carlos, ha trabajado el tema del 11M durante estas dos últimas décadas. El primer libro que coordinó se titula 13-M, Multitudes Online. Veinte años más tarde acaba de publicar el libro de testimonios Voces del 11M, víctimas de la mentira.

El 11 de marzo de 2004, el profesor Sampedro vivía en Lavapiés y recuerda la conmoción que se vivió en el barrio: «Horas más tarde descubríamos que algunos de los vecinos habían participado en aquellos atentados». Sampedro fue partícipe de las convocatorias de las manifestaciones que se produjeron los días posteriores: «Yo formaba parte de una serie de redes de auto comunicación de masas que se habían ido formando en repudio a la manipulación informativa del Gobierno de mayoría absoluta de José María Aznar. Participé, como un nodo más, de esa red distribuida. Aquellas manifestaciones fueron el resultado de una autoconvocatoria de un tejido social, unas redes previas de un tejido movilizado que ejercía como lo que tiene que ejercer la sociedad civil, de contrapoder».

Voces del 11M, víctimas de la mentira fue publicado en febrero de este mismo año, y los beneficios irán destinados a las asociaciones de víctimas y afectados por el 11M. Víctor Sampedro decidió embarcarse en la creación de este libro para mostrar a sus alumnos de periodismo (lleva dando clase más de 25 años), que «es posible parar la espiral del mentiras en la que vivimos, que es posible hacerlo si uno recurre a aquellas voces cuya verdad tiene el valor del precio que pagaron por sostenerla. En este libro hay policías, periodistas, víctimas de derechas, de izquierdas, nacionalistas españoles, nacionalistas periféricos, gente de distintas edades, militancias, credos…»

“Las mentiras y los discursos de odio desembocan en una revictimización constante de los afectados. Esto supone la imposibilidad de cerrar un duelo”

Para Sampedro, tras el 11M se instalan en España la mentira y los discursos de odio. Lo que entonces se instala es la mentira, la mentira como forma normal de hablar en público, como moneda corriente, y se instala un discurso de odio que nos ha llevado a la polarización, a la fragmentación. «Es el peor bulo del que se tenga conocimiento en el mundo occidental. Esto desemboca una revictimización constante de los afectados que supone la imposibilidad de cerrar un duelo y de descansar en paz”.

La razón por la que Sampedro habla de discursos de odio es porque dos días después del 11M, el policía nacional Valeriano de la Peña y su hijo de 19 años Miguel de la Peña asesinaron a Ángel Berrueta de una puñalada y cuatro disparos por negarse a poner en su panadería un cartel en el que se atribuía a ETA la autoría de los atentados yihadistas: «Berrueta necesitaba que el establecimiento siguiera abierto para dar de comer a su familia. Desde entonces hay delitos de odio constantes contra la gente que negó que ETA pudiera haber participado,  porque no hay ni una sola prueba, ni una sola fuente que afirme de manera contrastada y verificada que ETA pudiera estar allí».

“Si los conspiranoicos se hubieran salido con la suya, no habría habido culpables del peor acto de terrorismo cometido en Europa”

Según afirma: «La verdad se sabe desde el momento cero. Todo el mundo sabía que había sido Al Qaeda excepto España. Creo que este país olvida demasiado pronto, pasa página enseguida y deja atrás a los mejores, a la gente que ha defendido el Estado de derecho. Si los conspiranoicos se hubieran salido con la suya, no habría habido culpables del peor acto de terrorismo, el más letal cometido en Europa. Habrían quedado impunes».

María Paz Vega, psicóloga clínica: “Mucha gente dice que el tiempo lo cura todo, pero eso no es verdad”

María Paz Vega, directora de la Clínica Universitaria de Psicología de la UCM el 11 de marzo de 2004, durante la entrevista en la Fundación Complutense | Foto: Pedro Pascual

María Paz Vega es la directora de la Fundación Complutense. Con una amplia trayectoria profesional de más de 34 años, es catedrática de Psicología Clínica y dirige el Grupo Internacional sobre Terrorismo y Construcción de la Paz (Task Force on Terrorism and Peace Building) de la International Association of Applied Psychology (IAAP). 

El 11 de marzo de 2004, Vega era directora de la Clínica Universitaria de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid. «Aquel día había huelga en la universidad», recuerda. Cuando estaba en casa, alrededor de las 7:45 de la mañana, escuchó la noticia en la radio y pensó que una clínica como la que lideraba debía hacer algo por ayudar. Llamó al resto de profesionales que formaban parte del servicio de atención psicológica de la universidad y se dirigieron a su sede, ubicada, en aquel entonces, al lado de la Facultad de Psicología.

“Aquel día había huelga en la universidad”

Una residente de la clínica que vivía en la calle Téllez montó un dispositivo improvisado de atención psicológica: «Puso a disposición de las personas afectadas su propia casa», cuenta Vega. El resto de los psicólogos, una vez reunidos en la clínica, llamaron al Colegio Oficial de la Psicología de Madrid para colaborar con ellos. «La mayoría fue a IFEMA y a los hoteles donde estaban las víctimas», recuerda. 

Mucha gente se presentó como voluntaria para ayudar a atender psicológicamente a los afectados en las estaciones de tren afectadas por las explosiones y en IFEMA. «¡No era gente preparada, eran alumnos!», exclama. Vega reconoce que su intención fue maravillosa pero también confiesa que no estaban preparados para lo que vivieron: «Hubo personas que tuvieron que recibir ayuda para poder superar aquel día y volver a la normalidad».

En colaboración con el Colegio Oficial de la Psicología de Madrid publicaron en Internet la Guía de Autoayuda Psicológica tras los Atentados del 11M, que recibió más de 130.000 visitas en los días posteriores al atentado terrorista. «Queríamos ayudar. En estos casos es muy importante la inmediatez y que la guía llegue cuanto antes a la gente», asegura.

Su objetivo era que la gente supiera cómo apoyarse entre sí. «A veces parece que es fácil apoyar a los demás, pero no es así. Nadie nos ha enseñado a apoyar a los demás», se lamenta la psicóloga. Actualmente, señala, existen programas de resiliencia que protegen a la población para que un golpe como el del 11 de marzo les afecte menos. «En situaciones así, todo el mundo quiere ayudar y hay que darles las herramientas adecuadas», insiste.

“Los días posteriores a lo ocurrido nadie leía en el metro”

Vega recuerda que muchos estudiantes de la Universidad Complutense eran familiares o conocidos de algunas de las víctimas y cuenta que existía cierto pánico y terror social, consecuencias habituales de los atentados terroristas. Algo que le llamó mucho la atención fue cómo afectó el 11M a las costumbres de los madrileños: «Los días posteriores a lo ocurrido nadie leía en el metro». Todo el mundo estaba en un estado de alerta constante. Nadie se podía dejar nada olvidado en el metro o en el tren. «Si dejabas una mochila o una bolsa en cualquier sitio, te abordaban rápidamente tres o cuatro personas. La gente estaba asustada», afirma. 

Mucha gente se presentó como voluntaria para ayudar a atender psicológicamente a los afectados en las estaciones de tren afectadas por las explosiones y en IFEMA. «¡No era gente preparada, eran alumnos!”, exclama. Vega reconoce que su intención fue maravillosa pero también confiesa que no estaban preparados para lo que vivieron: “Hubo personas que tuvieron que recibir ayuda para poder superar aquel día y volver a la normalidad».

“Un 34% de víctimas padecieron estrés postraumático después de 6 a 10 años de los atentados”

El grupo de investigación de la Universidad Complutense en víctimas del terrorismo que lidera Vega acaba de publicar, con motivo del vigésimo aniversario del 11M, un estudio que explica cuáles fueron las principales consecuencias psicológicas que se produjeron en las víctimas. «El tiempo no lo cura todo. Nos hemos encontrado con que existe un 34% de víctimas que padecieron estrés postraumático después de 6 a 10 años de los atentados, un 22% con depresión y un 26% que sufren trastornos que, por ejemplo, están relacionados con la fobia a los trenes y a los medios de transporte», explica. Vega insiste en que los tratamientos psicológicos que existen hoy en día son eficaces para que la mayoría de las víctimas se recuperen y para que lo hagan en un tiempo razonable. Y solo pide una cosa: «Que nadie se conforme con seguir mal tantos años después, existe solución».

Ilustración: Juan Romo

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