Andrea Gabarró, reportera freelance: “Marco cierta distancia, pero no me pongo límites emocionales. El día que no me afecte lo que vea, me iré porque entonces habría algo mal en mí como periodista”
Andrea Gabarró es una periodista freelance catalana recién licenciada. Antes de terminar su carrera, decidió cubrir la llegada de miles de refugiados ucranianos ante el estallido de la guerra en Ucrania. Ahora, en pleno conflicto, ha decidido volver a la zona, a Kiev, para contar el día a día de los ciudadanos que se han quedado en el país.
Desde bien pequeña, Andrea ya buscaba siempre el porqué de las cosas. Le interesaba la gente, sus historias de vida y la denuncia de la injusticia y los conflictos sociales. A través de su profesión, afirma que quiere dar voz a los que no la tienen, poner luz donde habitualmente hay oscuridad.
Hablamos con ella para que nos explique qué significa ser mujer y reportera de guerra, para profundizar en las historias que ha visto y contado y para que nos cuente cómo es el día a día de los que no han podido o querido huir de un lugar en guerra.
Esta guerra le interesó desde el principio. De hecho, en marzo de 2022, en su último año de carrera, decidió ir a Berlín para cubrir el gran flujo de refugiados que llegaban diariamente a la capital alemana. ¿Qué le hizo tomar esa decisión?
Cada día llegaban a Berlín cerca de 10.000 ucranianos y ucranianas en busca de refugio, y decidí ir allí por diversos motivos: el primero fue la inquietud de estar en Barcelona sin hacer nada al respecto. El hecho de elegir Berlín y no Polonia o Kiev se debe a que no me sentía preparada para irme a Ucrania sin tener la certeza de cuál era la situación. Yo no había ni acabado la carrera y sobre el terreno ya trabajaban grandes profesionales haciendo una muy buena cobertura. Investigué un poco, constaté que en Berlín también llegaban muchos refugiados diariamente y me compré un vuelo de ida y vuelta para la semana siguiente de tomar la decisión.
¿Cómo reaccionaron su familia y sus amigos cuando lo supieron?
Pocas personas de mi alrededor lo sabían. Solo mis cuatro amigas más cercanas, los profesores a los que tuve que justificar el motivo de mi ausencia en clase durante esos diez días, el fotoperiodista veterano Luís Álvarez, a quien pedí consejo, y mi madre. A ella y a mis amigas les entró bastante pánico, se preocuparon, pero me apoyaron y me pidieron que fuera con cuidado y les mantuviera informadas de todo. Supongo que les pilló un poco desprevenidas, pero realmente ya sabían que mi vocación periodística son los conflictos sociales y entre ellos, los conflictos bélicos.
“Entrar en una carpa de refugiados es una sensación inefable, ni con todas las palabras del mundo se puede describir lo que se siente”
Dice que desde siempre ha tenido predilección por los temas sociales, ¿la experiencia en Berlín sirvió para reafirmar su vocación periodística?
En Berlín tuve que espabilarme muchísimo, en primera instancia porque era la primera vez que hacía de freelance, incluso sin serlo. Eso significa ser mujer orquestra, levantarte a las 7 de la mañana para saber dónde tienes que ir. Me fue difícil, no solo por mi síndrome de la impostora -siempre pienso que se puede hacer mejor, que no lo estoy haciendo suficientemente bien-, sino también por la barrera lingüística y, sobre todo, por la dureza de la situación.
Entrar en una carpa de refugiados es una sensación inefable, ni con todas las palabras del mundo se puede describir lo que se siente. Siempre me ha gustado mucho conocer las personas, las historias, el mundo. Siempre he buscado el porqué y cuando la universidad nos ofrecía hacer un trabajo de libre elección, yo elegía temas sociales. En Irpín conocí a mucha gente que se abría y me contaba su historia para que yo pudiera ser su altavoz. Fue duro emocionalmente, pero confirmó que para mí esto es lo que merece que todo lo demás valga la pena, reafirmó mi vocación. Tuve mucho miedo, en el avión me puse a llorar pensando: ¿qué voy a hacer ahí?, ¿qué estoy haciendo? Pero a pesar de las dudas, salió. Tenía 21 años y lo hice lo mejor que pude.
Ahora mismo vuelve a encontrarse en plena zona de conflicto, en Kiev, ¿qué ha posibilitado que esta vez acceda al país como periodista freelance?
Para mí se ha dado el momento en muchos aspectos. Me las arreglé para que no hubiera nada que me atase durante un periodo largo. Pude ahorrar cierto dinero que me permitió venir aquí, sabiendo que no cubriría la inversión inicial que hice. Aun así, aunque creo que nunca te vas a sentir preparada del todo, sí estaba más preparada que hace un año. En el ámbito administrativo, para acceder a Ucrania debes hacer una serie de trámites. No hay que olvidar que aunque he estado en zonas más seguras que cuentan con diferentes refugios, hay que tener una cierta cobertura como periodista. No te puedes ir pensando ya veré que pasa. Se necesita un seguro.
La cobertura, como dice, es esencial. Pero supongo que tener un respaldo a nivel personal también lo es. En su caso, está acompañada por el fotoperiodista y videoperiodista freelance David Melero. ¿Cómo surgió la idea de ir juntos a Ucrania?
Conozco a David desde hace un año y hemos manifestado varias veces nuestras ganas de trabajar juntos. Trabajar con un profesional como él me aporta muchas cosas. Como he dicho, ser freelance aquí significa ser hombre o mujer orquesta. Tienes que escribir, maquetar, editar y hablar con medios. En este sentido, cada uno aporta su punto fuerte al trabajo. Cada minuto que pasa, yo aprendo, ya sea a través de la gente, a través de David o escuchando una conversación entre reporteros. David tiene unas puertas abiertas que yo no tengo. Mientras mis correos llegan como a spam, los suyos no.
Además, no es lo mismo estar aquí sola que acompañada. Te chocan muchas cosas, hablar con alguien y conectar mucho, confrontar realidades realmente duras… Son cosas que afectan, quieras o no. Poder hablar y desahogarte está muy bien. Aquí todo se intensifica mucho, todo se incrementa.
“El único límite que intento poner es el respeto a la dignidad de las personas y la ética, tratar de contar de la forma más fidedigna posible una historia”
Comenta que ha tenido que lidiar con realidades duras. Duras de ver y también de contar. ¿Qué límites intenta poner desde el profesionalismo periodístico para que no le afecten demasiado?
Justo ayer comentaba esta cuestión con un compañero. El domingo, después de un largo viaje y habiendo descansado las pocas horas que habitualmente descansamos, llegué a una cafetería para trabajar y vi que se me había mojado la libreta donde escribo las sensaciones que tengo al llegar a los sitios. Al ver la libreta mojada arranqué a llorar durante una hora, delante de todo el mundo y me dio exactamente igual. Evidentemente, esa fue la gota que derramó el vaso. Llevaba días viendo y sintiendo las historias que la gente me contaba. Vas de un sitio a otro, no paras, y mi reacción ante la libreta fue algo normal. No soy de acero, pero el esfuerzo emocional que tengo que hacer para digerirlo todo vale la pena por contar las historias de la mejor forma posible. El único límite que intento poner es el respeto a la dignidad de las personas y la ética, intentar contar de la forma más fidedigna posible una historia. Al margen de todo esto, es evidente que tienen una repercusión emocional para mí. Sin embargo, al escribir intento no volcar mis emociones, sino mis sensaciones, el contexto, las declaraciones de la gente, los datos, pero no lo que yo pienso. Marco cierta distancia, pero no me pongo límites emocionales. El día que no me afecte nada de lo que vea, me iré, porque entonces habrá algo mal en mí como periodista.
¿Cuál de todas las historias que ha conocido y contado recuerda especialmente?
Para mí no hay historias que tengan más valor que otras. Todas se me quedan incrustadas. Pero hay una, que recuerdo especialmente. Es la historia de una chica de mi edad que conocí en mi última noche en Berlín. Se llama Esther, es del Congo y tiene 22 años. Llegó sola al hostal donde me hospedaba. Cuando la vi, se me paró el mundo; sacaba las cosas de su mochila mientras le lloraba. Posteriormente me contó su historia: había emigrado del Congo a Ucrania con 18 años para poder estudiar y estar con su hermana Gracy. Cuando estallaron las bombas, caminó un día y medio hacia la frontera con Polonia. Allí estuvo dos noches durmiendo en la calle por ser negra. Cuando me lo contaba no se me caían las lágrimas porque pensé que no me tocaba a mi llorar en ese momento. Me dijo que no sabía qué había hecho mal para nacer negra. Pasaron por mi mente todas las mujeres de mi vida, se me rompió el corazón.
“Cuando estallaron las bombas, Esther caminó un día y medio hacia la frontera con Polonia. Ahí, estuvo dos noches durmiendo en la calle por ser negra”
Precisamente quiero preguntarle por el hecho de ser mujer y periodista. ¿Cómo condiciona ser mujer en un trabajo como el de reportera de guerra?
Desafortunadamente seguimos viviendo en un mundo de hombres. Ser mujer es difícil en todas las esferas: en el trabajo y cuando sales de fiesta o vuelves sola a casa. Aquí y en el oficio del periodismo no es distinto. En el reporterismo de conflicto predominan los hombres y algo que a mí me ha pasado, y dudo que sea un hecho aislado, es que estoy haciendo mis preguntas y un señor se dedica a hacer comentarios sobre mi aspecto. No solo te incomoda, sino que te cohíbe y te infantiliza, no te toma en serio. Luego está la parte de que se te ensalza por el hecho de ser mujer cubriendo un conflicto bélico. Habitualmente me dicen que soy muy valiente, siendo una chica y estando aquí. Pero valiente es la gente que se queda.
“Habitualmente me dicen que soy muy valiente, siendo una chica y estando aquí. Pero valiente es la gente que se queda”
Ha estado en múltiples localidades, como Truskavets, Sukhodil, Irpyn, Bucha o Kiev. ¿Cómo es el día a día de los ciudadanos que no han huido de la guerra?
Depende bastante de la zona del país en la que te encuentres. No es lo mismo Irpín o Bucha que Kiev. Una de las cosas que más me ha impactado es la normalidad que se vive dentro de un contexto tan anómalo. Los que se han quedado, sea por el motivo que sea, no les queda otra opción que seguir con su vida. Una de cada tres casas que hace un año estaban destruidas en Irpín, ahora están construidas. La vida sigue, tienen que seguir y reconstruir su país. Me he dado cuenta de que muchos ucranianos tienen mucho afán de reconstruir y crear. Si algo se destruye, lo reconstruyen, no les queda otra. Pueden estar sonando las alarmas antiaéreas y ellos siguen haciendo sus vidas. Se cierran las grandes superficies, salen de los edificios administrativos, pero tienen que seguir con sus vidas. Los habitantes de aquí viven de la esperanza, se levantan con una incertidumbre muy dura de si la sirena antiaérea será o no de verdad, si hoy te llaman del frente y si se te ha muerto el padre o el hijo.
“Los habitantes de aquí viven de la esperanza, se levantan con una incertidumbre muy dura de si la sirena antiaérea será o no de verdad, si hoy te llaman del frente y si se te ha muerto el padre o el hijo”
Además de vocación, ir hasta Ucrania como periodista freelance para cubrir el día a día de la guerra requiere contar con recursos materiales y económicos. ¿Es rentable ser periodista freelance en una guerra?
No es fácil. He tenido que tirar de ahorros para cubrir los gastos que supone venir y estar aquí. Soy consciente que lo digo desde el privilegio de una persona que ha podido estar unos meses trabajando y, de repente, dejarlo todo para venir aquí. Quizás hay gente que no puede permitírselo, pero yo no tengo que pagar un alquiler o mantener a alguien. Muchos medios ya tienen sus colaboradores o redactores habituales sobre el terreno. Los que no, no tienen espacio para dar cobertura a temas de este tipo o no tienen recursos para pagar el trabajo aquí. Venir a una zona de conflicto ya no solo es un riesgo, sino también el tiempo. No puedes ofrecer una cantidad ridícula para cubrir una zona de conflicto. Hay medios que nos dicen que no tienen suficiente presupuesto para pagarnos bien. Prefiero que me digan que no me pueden pagar a que me ofrezcan algo que no está bien pagado. Es cierto que ahora no me da para sufragar los gastos, pero gano en múltiples aspectos que lo valen. Cada día es un aprendizaje.
¿Considera que los grandes medios ya no están interesados en la guerra en Ucrania?
Al margen de que se cumple un año del estallido de la guerra y que grandes medios han enviado a sus corresponsales para hacer especiales del aniversario, considero que el interés sí ha cambiado. Cada vez hay menos atención. Lo mismo pasa con el terremoto de Turquía. La guerra va mucho más allá de las bombas, es una catástrofe cuyos efectos colaterales también se notan en otros países. Cada vez hay menos presupuesto para enviar a alguien al exterior, se tira de agencias y hay menos interés; pero por suerte existe la figura del freelance. Hay grandes freelances en España, como Manu Bravo o Morenatti que siguen viniendo y ofrecen su trabajo. Gracias a ellos podemos enterarnos realmente de lo que pasa.
“Después de todo lo que han perdido, creen que ya no tienen nada más que perder. Solo piensan en la victoria y no en la rendición”
Finalmente, como periodista freelance en el lugar, ¿Cómo cree que evolucionará el conflicto?
Cuando hago esa pregunta a los ucrananianos no se ven capaces de responder. Lo que sí puedo asegurar es que ya no están dispuestos a rendirse. Muchos esperan que esto acabe en una victoria, sea inminentemente, en primavera, o dentro de dos años. Han llegado a un punto en el que ya no quieren ceder, no lo hicieron antes, cuando sus ciudades estaban siendo destruidas. Después de todo lo que han perdido, creen que ya no tienen nada más que perder, solo que ganar. Solo piensan en la victoria y no en la rendición.