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La pesca tradicional, guardiana de la sostenibilidad, en crisis

La fuerte vinculación con el océano ha moldeado a Galicia y a sus pueblos costeros, el carácter y la vida de quienes habitan en ellos. Generación a generación, las familias dedicadas a la industria pesquera transmiten un saber centenario. La pesca no sólo es un medio de subsistencia, sino una parte fundamental de la identidad cultural y económica de la región. La unión con el Atlántico es la herencia de los hijos de los pescadores, una herencia que está en peligro y que implica pérdidas incalculables de saber porque los jóvenes que llegan al sector acceden por otros medios y carecen del bagaje cultural de las familias marineras.

Son las cinco y media de la mañana y Roberto Gallego acaba de arrancar el motor del barco. Es una madrugada tranquila de agosto en Baiona, la mar está en calma chicha y posiblemente sea uno de los días más serenos del año para salir a faenar. “No es una buena época de pesca, igual sacamos 10 kilos, a lo mejor 20”, explica. La mar es caprichosa, hay temporadas de mucho y temporadas de nada. Estos días no están yendo al pulpo, no sale rentable. “Cada día que echamos las nasas gastamos cien euros en carnaza. La semana pasada ni siquiera cubrimos gastos”, asegura. Por esa razón hoy van al róbalo o robaliza, la lubina salvaje.

Roberto, el patrón, y su hermano Manuel, usarán el aparejo conocido como palangre o línea. Consiste en un peso atado a una boya al que se le añade un sedal con una línea de anzuelos. Ponen en cada anzuelo un patelo, una especie de cangrejo por el que las lubinas tienen predilección. Lo patelos deben permanecer vivos, así que los enganchan al anzuelo por una esquina de su concha. Si estuvieran muertos, las lubinas no querrían comérselos. Los róbalos ven su manjar y lo engullen quedando enganchados a la línea. Sólo valen las hembras, los machos “son más peleones -explican- y se defienden más de las lubinas”.

Manuel prepara los aparejos en la salida del puerto de Baiona | Fuente: Pedro Pascual

Lo primero que hacen al salir del puerto y rodear la península del Monte Boi, donde se encuentra el Parador de Baiona, es echar las nasas con restos de pescado. Son las seis de la mañana.Las trampas se quedarán bajo el agua seis horas, tiempo suficiente para que el olor del pescado en descomposición atraiga a los nuevos patelos que usarán en la madrugada próxima.

Relevo generacional

Los saberes marinos son profundos y vastos. Se heredan de padres a hijos porque suponen una vida entera dedicada a la pesca. Es necesario estar rodeado de esa cultura desde pequeño para conocer el funcionamiento del océano. Hay jóvenes que están empezando en la pesca de bajura sin tener ningún antepasado pescador, pero la gran mayoría se dedican al marisqueo a flote, que no supone ni una inversión económica similar ni una adquisición de conocimientos parecida a la pesca de bajura con aparejos como el palangre o las nasas.

David Jiménez es uno de estos jóvenes en ser primera generación de pescadores en su familia. Lleva cinco años en el sector. Mientras atraca en el muelle tras su jornada de trabajo, asegura que su oficio no es tan duro: “Yo pienso que duro es estar doce horas o diez horas trabajando en cualquier otro lado. A veces, hoy, por ejemplo, hemos llegado a las nueve y media y a las once y veinte ya estamos fuera. Y se gana bien, ¿eh?”.

Antes del amanecer, dos marineros recogen una red de pesca | Foto: Pedro Pascual

Jiménez va a la almeja, marisquea sobre una especie de gamela más moderna, actualizada, con motor fuera borda. La bahía de Baiona tiene un campo de almeja blanca importante y supone una gran fuente de ingresos para los pescadores de la ría de Vigo. En las épocas en las que no hay otro tipo de capturas, la almeja solventa las pérdidas.

El patrón mayor de la Cofradía de Baiona es Roberto Cabral Barra, tiene 48 años y empezó en el sector con 16. De familia marinera, se dedica al marisqueo de percebe y a la extracción de almeja, centolla o nécoras. Tiene dos hijas, una estudia en Santiago y en verano le ayuda para ganar un poco de dinero y la otra, mayor, también se dedica a la pesca. “Si no trabajan los jóvenes, no sé cómo vamos a mantener este sector”, dice Roberto. Sobre la escasez de jóvenes en el oficio, afirma que no es tanta en la pesca de bajura como en la de altura.  “En los barcos de altura, en los de La Guardia (localidad cercana) que andan a la espada (pez espada) y en los que van a Sudáfrica al arrastre cada vez hay más africanos, chilenos y uruguayos. La juventud, o no quiere trabajar o no sé qué pasa”, comenta.

Roberto recoge el sedal de un palangre | Foto: Pedro Pascual

David Jiménez lo tiene claro: “Nadie quiere ir en altura porque ahora ya no se gana como antes y porque es una locura estar tres meses fuera de casa. Qué va. Yo nunca, nunca, iría a altura.” Sin embargo, asegura: “Aquí, en bajura compensa mucho. Tienes tu propio negocio, va bien, es sector alimenticio y normalmente no tienes ningún problema”.

“¡Bota o palangre!”

“¡Bota o palangre!” (“Echa el palangre”), le grita Roberto a su hermano Manuel tratando de que su voz no desaparezca entre el ruido del motor y las olas del mar. Roberto ha visto en su sonar que se encuentran sobre un cabeso, punto donde las rocas ascienden y forman una especie de pico, y se lo indica a Manuel, colocado en la popa. “El palangre tiene que estar muy bien colocado en el cabeso porque si no, sería demasiada profundidad”, indica.

Conocen la zona en la que trabajan, llevan radar, geolocalización y un sonar para medir el fondo, pero casi no lo necesitan. El cuarto palangre lo lanzan a las seis y cuarto de la mañana. Echarán once más antes de que amanezca. No los geolocalizan, recorren varios kilómetros de costa y a la vez expanden sus líneas de anzuelos. Luego volverán a ellos de memoria, como si tuvieran un mapa del fondo marino en sus cabezas.

Roberto y Manuel pescan un robalo de 3,5 kilos | Foto: Pedro Pascual

“El día que se jubile Manuel, no voy a tener a nadie a quien contratar, nadie sabe hacer este trabajo”, confiesa Roberto. Y no es que no haya gente en la industria, sino que muy poca tiene los conocimientos necesarios. Hay una brecha intergeneracional en el relevo de los conocimientos, los jóvenes ya no heredan como en épocas anteriores la sabiduría marina. Ninguno de los hijos de Manuel o Roberto pertenece al mundo de sus padres. El patrón mayor de la cofradía, Roberto Cabral, cree que tal vez el problema venga de ellos mismos: “Quizá sea nuestra generación, que pretende que todos los hijos estudien, pero la verdad es que cada vez hay menos mano de obra.”

Viernes, día de limpieza

A las siete de la mañana el sol comienza a teñir el cielo de purpura. Todavía no aparece tras las montañas de la Sierra de la Groba, pero su presencia anuncia el comienzo del día. Todas las líneas de anzuelos están ya en el mar, trabajando y atrayendo a sus presas. Es viernes, el día que someten al “Novo Elías” a limpieza profunda. Sacan jabón, una manguera y se ponen manos a la obra. Sus movimientos son precisos y eficaces. Lavan el suelo, que pronto reluce con la luz del sol que acaba de aparecer por el oriente.

Ya han pasado varias horas y recorrido cerca de 14 kilómetros por la costa atlántica. Es hora de regresar y ver si ha habido éxito con las capturas. Los tres primeros palangres que recogen son los más fructíferos, sacan dos o tres róbalos de tamaño considerable por cada línea. El resto de los palangres tuvieron un resultado mucho más frugal. Roberto estaba en lo cierto, en total sacan menos de 20 kilos de róbalo. No es mucho, pero algo es algo y esta jornada cubren gastos. Su trabajo requiere de una apuesta constante. Apuestan invirtiendo, si usan carnaza; apuestan yendo a los lugares que creen que pueden estar los peces, cada día hay unas circunstancias meteorológicas diferentes, a lo mejor una zona en la que generalmente no hay capturas, bajo unas condiciones determinadas, se convierte en todo lo contrario.

Imagen aérea de la costa de Baiona hasta Oia | Fuente: Google Earth

Y, entre otras cosas, también se juegan la vida. “Hoy el océano estaba calmo, pero en invierno o en otras épocas es peligroso salir a faenar. Dependes completamente, por ejemplo, de que los cables que conectan el acelerador con el motor no estén roídos para escapar cuando las olas te empujan contra las rocas. A nadie le apetece levantarse a las cuatro de la mañana en febrero para venir al mar sabiendo que hay temporal -dice Roberto-, pero si no, ¿quién está dispuesto a hacerlo?”.

El que esta labor se efectúe cerca de la costa no le resta peligrosidad. El impacto que tiene en las poblaciones pesqueras el hundimiento de las pequeñas embarcaciones es brutal, pues altera la conciencia colectiva y permanece en la memoria de los que se dedican a este oficio.

Un ejemplo es el hundimiento en 1906 del barco inglés Collingham, que se dirigía a Vigo para cargar carbón. La mala fortuna le hizo chocar con una piedra en Cabo Silleiro, cerca de Baiona. La piedra, denominada “A atravesada” por los pescadores, pasó a llamarse “O cunichán”, en referencia al nombre del barco transcrito del inglés que entendían los marineros baioneses. El naufragio alteró el saber popular hasta nuestros días.

Muy cerca de ese escollo, 109 años más tarde, en 2015, el barco “Novo Vanesa”, asediado por las olas de la rompiente, zozobró, echando por la borda a los hermanos Gallego. Era una mañana de mayo y los dispositivos de emergencias lograron sacar del agua con vida tanto a Roberto y como a Manuel.

Regreso a tierra

Sobre las 12:40 regresan a tierra. Pesan el pescado en la lonja, lo colocan en el contenedor frigorífico y se van a casa. Poco después, esas lubinas serán comercializadas y llevadas a los restaurantes de la zona. Son róbalos salvajes de la ría, es raro encontrarlos en supermercados o pescaderías.

Pisar un suelo estable tras estar seis horas en ese tipo de embarcación, que no para de moverse a la merced de las ondas, marea. Roberto y Manuel están acostumbrados y el vaivén sólo les molesta cuando el mar está muy agitado. Roberto cuenta cómo fue su primera vez pescando: “Aquel día la mar estaba más calma que hoy, pero la cabeza no me paraba de dar vueltas. Tenía 16 años y quería ayudar a mi padre en el barco, pero hasta que no me acostumbré, pasado un tiempo, me fue imposible”.

A las 12:15 de la mañana, de regreso al puerto, extraen las nasas y recogen los cangrejos. | Foto: Pedro Pascual

Al día siguiente, tanto Roberto y Manuel como el resto de los pescadores del puerto y de Galicia que usan el mismo tipo de embarcación y sistemas, tendrán que volver a levantarse antes del alba para echar las nasas o palangres y confiar en tener una buena jornada. Confiar en no naufragar cuando las condiciones sean hostiles y el océano muestre su cara menos amable.

La mar es una fuente de riqueza que hasta hace poco se consideraba inagotable. Los pescadores, que están en contacto diario con ella, ven sus cambios: en la temperatura, en los ciclos de regeneración de las especies, en los efectos de la sobrepesca o en el famoso mar de ardora, causado por bacterias bioluminiscentes en el mes de julio. “Ya no es lo que era. Antes aquello iluminaba de forma impresionante, ahora es una fracción de lo que era hace unos años”, se lamenta Roberto.

La importancia de la pesca de bajura en Galicia es fundamental, y la pesca sostenible contribuye a la protección de la fauna marina y a la conservación de los océanos. Los métodos tradicionales respetan el medio ambiente e incentivarlos supone una de las mejores maneras de mantener la economía y de cuidar el planeta.



Más del 10% del pescado fresco de la UE sale de Galicia

De los 8657 buques pesqueros registrados en España, el 49% se encuentra en Galicia. Esta tierra, abrazada al océano Atlántico ostenta un legado profundamente entrelazado con el arte de la pesca. Más del 10% de las descargas de pescado fresco de la UE se producen en las costas gallegas. Esta industria genera 9.000 millones de euros al año y supone casi un 5% del PIB de la comunidad.

Las embarcaciones pesqueras que predominan en Galicia son las destinadas a la pesca o marisqueo artesanal, más de un 70% de los barcos emplean artefactos o aparejos tradicionales, cuya eficacia es atestiguada por su inalterabilidad a lo largo del tiempo. Métodos como el palangre o las trampas ya fueron documentadas en época antigua. Este tipo de pesca se denomina “de bajura”, y la efectúan pequeñas embarcaciones en el litoral.

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