Última entrega de Veinte años del 11M: Voces que no olvidan
Capítulo 3: La memoria del andén
En nombre de aquellas personas que pueden conseguir que este relato no se olvide
Con esta entrega se cierra un especial formado por tres capítulos. El primero, El corazón del andén, da voz a los profesionales que vivieron aquel día en un segundo plano, pero cuyo trabajo resultó fundamental. En el segundo, Las voces del andén, hablan las víctimas, los supervivientes. Son los relatos de quienes estaban presentes en los escenarios de la tragedia y sufrieron las peores consecuencias. El tercero y último, La memoria del andén, reflexiona sobre el nivel de consciencia que tienen los jóvenes universitarios, la mayoría de los cuales no habían nacido aquel 11 de marzo, sobre lo que sucedió. Veinte años del 11M: Voces que no olvidan tiene el objetivo de mostrar la realidad. Una realidad que dejó huella.
Un encuentro con la realidad
Mucha gente conoce lo que ocurrió el 11 de marzo de 2004 por los medios de comunicación, incluso muchos jóvenes no saben qué pasó. Pero si hay alguien que es consciente a la perfección de lo que fue el 11M, ese es Antonio Miguel Utrera, uno de los principales afectados por el atentado terrorista.
Es jueves y el sol ilumina cada uno de los rincones de Ciudad Universitaria. Para Antonio no es un día cualquiera ya que ha recorrido, veinte años después, la misma línea 6 que le llevaba a la Facultad de Geografía e Historia en 2004, donde estudiaba la carrera de Historia. Esta vez su destino no es ese. Esta vez pisará la universidad que le vio crecer para transmitir un mensaje: que aquel día no quede en el olvido. Un grupo de estudiantes de la carrera de Periodismo y del Máster de Investigación en Periodismo de la Universidad Complutense de Madrid asisten a un encuentro con él para dialogar y resolver sus dudas e inquietudes sobre uno de los temas que marcó a la sociedad española. Isabel, Teresa, José Manuel y Paola se sientan alrededor de Antonio y comienzan a escuchar.
Desde 2017, Antonio colabora en el programa educativo del Ministerio del Interior que lleva a las aulas de secundaria el testimonio de las víctimas del terrorismo. Hace veinte años fue uno de los heridos más graves de los atentados del 11 de marzo de 2004. “Me pilló viniendo a mi facultad, a la de Historia. Por eso, cuando he salido hoy del metro leyendo los versos de Jaime Gil de Biedma y he visto el calor y la luz, ha sido muy evocador y emotivo. Venir hasta aquí me ha hecho recordar aquellos días en los que yo, como estudiante recién llegado a la universidad, tenía esa emoción e ímpetu por cambiar las cosas”, asegura.
“Cuando he salido del metro leyendo los versos de Jaime Gil de Biedma y he visto el calor y la luz, ha sido muy evocador y emotivo. Venir hasta aquí me ha hecho recordar aquellos días”
Los estudiantes explican qué saben del 11M. “Yo lo viví, pero no estaba aquí, vivía en Venezuela. Siempre he seguido los procesos políticos españoles porque mis padres son gallegos y como en esos días estaban cerca las elecciones, me impactó mucho”, explica José Manuel. “Yo ni siquiera había nacido”, reconoce Paola. Por su parte, Teresa asegura que “nosotros, en este panorama post-COVID, hemos normalizado que mueran cientos de personas, pero en esa época fue un gran shock para la población española encontrarse con un número tan grande de víctimas mortales y que no se era plenamente consciente de lo que realmente había pasado”.
Tras la intervención de los estudiantes, Antonio cuenta su historia. “Yo tenía 18 años. Aquella mañana era un jueves normal y corriente. Había huelga de profesorado, lo que hizo que muchos alumnos no fueran a clase, pero hubo otros tantos que sí que fuimos. Hay que quedarse con lo que pasó, no con lo que hubo ese día. Eso da igual. Yo tengo un recuerdo, pero a la vez no me acuerdo. ¿Qué recuerdo de ese día? Pues la verdad es que nada. ¿Qué voy a recordar de algo que sucedió hace veinte años? Tengo un recuerdo que no es real. Es una pieza literaria que la puedo recitar una y otra vez, pero en realidad no me acuerdo ya de nada”.
«Para mucha gente, para un gran sector político de este país, la desgracia no fue el 11 de marzo si no que fue el 14 de marzo»
En las anteriores entregas de este especial, publicado con motivo del 20 aniversario del 11M, conocimos la versión de distintas personas implicadas, desde médicos hasta asociaciones de víctimas pasando por periodistas, pero Antonio nos ha permitido entender lo que realmente vivieron las personas como él. “Mi percepción sobre ser víctima del terrorismo ha ido cambiando”, comenta. En un principio, según asegura, no se denominaba así. “Que te pase algo así, tan joven, con dieciocho años, te impresiona”. Pero no todo quedó en ser víctima. Desde el primer momento, Antonio supo que ese hecho debía llegar a todas las aulas, que no podía olvidarse. “En mi caso, todo cambia a raíz de un proyecto que desarrolló el ministerio que consiste en que víctimas de los distintos terrorismos acudan a las aulas para dar visibilidad y concienciar sobre ello. Entonces me di cuenta de que yo me había desvictiminizado mucho y que es muy importante saber vestirte de víctima cuando la causa es buena y puede ayudar, no para dar pena o conseguir la lágrima de alguien”.
“La compasión es muy buena y hay que mostrarla, pero una cosa es la compasión y la otra es la pena. La pena es muy mala”
Han pasado 20 años y las vidas cambian. Según María Paz Vega, psicóloga y presidenta de la Fundación Complutense, el tiempo no lo cura todo. Afirma que se han encontrado con que un 34% de las víctimas que padecieron estrés postraumático después de 6 a 10 años de los atentados, un 22% tiene depresión y un 26% sufre trastornos relacionados, por ejemplo, con la fobia a los trenes y a los medios de transporte. La vida de Antonio, desde luego, ha cambiado mucho: “No es la que podía haber sido. No sé si es mejor o peor, pero no tiene nada que ver con lo que podía haber sido. Aunque al principio me debatía, luego llegué a la conclusión de que habría sido distinta si todo esto no hubiese ocurrido. Evidentemente, hubiese sido más feliz”.
“Sabemos lo que sucedió, no lo que pudo suceder”
A pesar de todo, tiene claro que no se puede parar. “Si yo cogía el cercanías para llegar a Atocha y encontrarme con mis amigos, entre los que estaba Angélica, no puedo renunciar a ese espacio cuando lo necesite. Esto es fácil decirlo y difícil de llevar a cabo. Yo tardé entre un año y año y medio en coger un cercanías en la misma línea”.
Cuando a los estudiantes que participan en el encuentro se les pregunta sobre cómo hubieran reaccionado ellos ante algo así, responden: “Me quedaría paralizada” o “apartaría lo que estoy pensando y actuaría rápido”. Pero la realidad es que resulta difícil saberlo. De hecho, Antonio también quiso ponerse en la piel de aquellas personas que no fueron víctimas: “Nunca sabe uno cómo qué va a hacer. ¿Cómo habría actuado yo como un chico de 18 años?, pues no lo sé. La gente huimos del dolor”.
“Yo tengo una hemiplejia, tengo una movilidad reducida de porcentaje elevado, un oído perdido y otro operado. No estamos educados en la discapacidad”
Lo que sí sabe y quiere dejar claro es que él, como víctima, ha tenido que vivir situaciones en las que las personas de su alrededor no han tenido paciencia. “Hay que intentar ser lo menos torpe posible. Mis compañeros el primer día de clase me rodearon, me abrieron el estuche, me cogieron los lapiceros… El segundo día no hablaba con nadie, cuando conseguí cerrar el estuche miré a mi alrededor y no había nadie en clase. Es mejor evitar eso”.
«Hay una responsabilidad como sociedad, tenemos que pensar en ello y en cómo actuar, no mirar a otro lado»
No se debe perder la perspectiva de que, a pesar de haber sufrido un atentado, detrás de cada víctima hay una persona. La sociedad no está preparada para afrontar un hecho tan impactante. “A lo largo del tiempo, he hecho amistades y he tenido relaciones que se han perdido como cualquier otra persona. Ahí también entra en juego el momento en el que el papel de la víctima es intentar volver al sitio del que le despojaron”, reconoce Antonio.
Para él, acompañar y apoyar es lo que se necesita en momentos tan duros: “Cuando acabas de sufrir un atentado, todo en tu vida es ser víctima. Pero ese espacio se va haciendo más pequeñito y entonces aparece el papel de amigo, de estudiante, de escritor, de bailarín de Charleston… En eso también podemos ayudar, pero a través de la compañía, de una compañía activista”.
“Muchas veces la administración sabe de números, pero no sabe de abrazos”
En una situación de ese calibre, se espera que las administraciones públicas y el Estado estén a la altura. La atención de primera mano llegó tarde ya que no se estaba preparado para algo así. “Muchas veces la administración sabe de números, pero no sabe de abrazos”, lamenta.
Dejar a un lado el papel de víctima es complejo. A algunas personas les cuesta más y a otras menos. Aparecen sentimientos humanos como la venganza, la rabia o el odio, emociones que no se pueden reprimir. Algunos son capaces de afrontar algo así y otros no. Pero la vida continúa.
Antonio perdió a Angélica ese día. Angélica fue una de las 193 personas que fallecieron en los atentados. Como todas las mañanas, ella cogía el tren para ir a la universidad. Ese día había huelga del profesorado pero, como Antonio, decidió ir para devolver un libro a la biblioteca. Tras los atentados, la universidad inauguró una nueva biblioteca y Antonio tenía la esperanza de que le pusieran el nombre de su amiga. Pero no fue así. “Ese tipo de gestos, como sociedad, nos habría honrado porque al final las víctimas del 11 de marzo no solo existimos el 11 de marzo. Formamos parte de esta sociedad y del recuerdo, es decir, lo ideal sería que todo esto esté integrado en la sociedad de alguna manera”.
“Sois el futuro. Es importante recordar que existe un verdadero relato, que debe perdurar en el tiempo. El mero hecho de escuchar, ya de por sí, es un gran homenaje”
Hay muchos jóvenes que desconocen lo sucedido el jueves 11 de marzo de 2004, ese día tan negro para la historia de España. Pero no puede olvidarse todo lo que pasó. Antonio, como víctima, afirma: “Sois el futuro. Por una parte, es importante recordar que existe un verdadero relato, que debe llegar y perdurar en el tiempo. Por otra parte, el mero hecho de escuchar, ya de por sí, es un gran homenaje”.
«Requiem» un poema de Antonio M. Utrera dedicado a Angélica (del libro Los días jueves: Poemas suspensivos)
En memoria de Angélica y de las 192 personas que perdieron la vida el 11 de marzo de 2004. Siempre en nuestro recuerdo.
Miriam González Pablo, especialista en la superación del trauma: “Para el 11M se montó el mayor dispositivo de la historia de la psicología”
Miriam González Pablo es psicóloga especialista en la superación del trauma. Además, es directora del Grupo PGD, Psicología, Gestión y Desarrollo. El 11 de marzo de 2004 era la coordinadora del Aula Joven, un grupo del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid formado por profesionales y estudiantes que desarrolla distintas acciones para ayudar y orientar a los recién titulados en su camino profesional.
Aquella mañana, González se quedó coordinando el operativo tanto en el Colegio como en IFEMA. “Yo estaba durmiendo cuando ocurrió todo, me despertó el teléfono”, cuenta. En cuanto se enteró de lo que había sucedido, cogió sus cosas y se dirigió a su lugar de trabajo. A partir de ese momento se llevaron a cabo centenares de llamadas e intentos de coordinación. Javier Chacón, el presidente del colegio profesional entonces, estaba presente en la Mesa de Instituciones del 112, desde donde, según afirma la psicóloga, se gestionaban absolutamente todos los recursos institucionales. “Sabíamos que IFEMA iba a ser un punto fundamental donde se iba a necesitar atención psicológica”, apunta. Desde la corporación de psicólogos se estableció un dispositivo de búsqueda de profesionales que pudieran dar atención y cobertura a las necesidades que fueran surgiendo.
“Sabíamos que IFEMA iba a ser un punto fundamental donde se iba a necesitar atención psicológica”
González afirma que uno de los mayores desafíos a los que se enfrentó fue a la propia coordinación, pues no se sabía ni el número de víctimas directas ni indirectas. Además, insiste en que, en estos casos, los psicólogos no solo tienen que trabajar con los familiares de los fallecidos, ya que también son importantes los heridos y sus familiares. El 11M la cifra de personas que necesitaron atención psicológica fue inmensa. Aun así, aunque la coordinación de todo el operativo fuese un gran reto, desde el colegio consiguieron que alrededor de mil profesionales trabajaran coordinados: “Para el 11M se montó el dispositivo más grande de la historia de la psicología hasta el momento”.
“Tuvimos que hacer una especie de triaje en recursos humanos”, asegura. Se seleccionó a los profesionales más cualificados para atender a las familias y a los más preparados con capacidad de resiliencia para que no se convirtieran también en víctimas de la situación. En aquel momento, existían numerosas variables que se desconocían: la cantidad de personas que iban en los trenes, sus nacionalidades y las lenguas a través de las cuales se comunicaban. Este último dato era más importante de lo que parecía, ya que desde el colegio no se sabían los idiomas que los profesionales seleccionados iban a tener que manejar a la hora de atender a las víctimas y a sus familiares.
En IFEMA se estableció un gran dispositivo de atención psicológica. Allí se llevó a cabo un trabajo de reconocimiento de cadáveres con la coordinación de diferentes instituciones como el Colegio Oficial de la Psicología, el SAMUR y la Cruz Roja. “Todos éramos uno”, apunta González, que recuerda que en cuanto las personas llegaban a IFEMA, y tras facilitar los datos de sus familiares, se les derivaba con un psicólogo que se quedaba con ellos hasta la identificación de los cuerpos. Sin embargo, pese a todo lo malo, recuerda que también había gente que llegaba herida o con restos de metralla en la cara pero estaban vivos: “Después de todo lo que había pasado, seguían vivos, seguían adelante”.
“Se ha vendido una manera de entender la sociedad que provoca un gran problema de salud mental”
En la población general quedó mucho miedo ya que “nadie se podría imaginar que una cosa así podría ocurrir en España”, asegura la psicóloga. En el atentado de La Rambla de Barcelona, según afirma, la gente ya estaba preparada, pero fue el 11M el que puso encima de la mesa a España como objetivo del terrorismo islámico. “Hubo mucho trastorno de estrés postraumático, muchos cuadros de ansiedad y depresivos, pero no solo en Madrid”, explica.
“Hay una responsabilidad por parte de todas las generaciones para que no se olvide lo que sucedió, para que estemos protegidos”
Hoy en día, hay muchos jóvenes que no saben lo que ocurrió aquel 11 de marzo. González hace hincapié en que vivimos en un mundo de infoxicación inmensa y con un consumo de información muy rápido que da lugar a una exaltación del “yoísmo” y de la felicidad. “Se ha hecho una apología de la psicología de la felicidad donde todo el mundo tiene que estar siempre bien cuando la vida no es eso. Se ha vendido una manera de entender la sociedad que está provocando un gran problema de salud mental”. Explica que los jóvenes, cuando oyen que la gente en Gaza o en Siria está muriendo, piensan que está muy lejos y que allí existe una cultura muy diferente. “Hay una responsabilidad por parte de todas las generaciones para que no se olvide lo que sucedió, para que estemos protegidos”, insiste rotundamente.
La psicóloga especialista en trauma nunca olvidará el silencio que había en Madrid aquel día: “La ciudad no hablaba, no sonaban los cláxones y mucha gente iba llorando por la calle”. Todos se apoyaban entre sí, aunque no se conocieran. Como sociedad, según afirma, se dio un ejemplo de unión. La lección que aprendió España en aquel momento fue muy clara: “Juntos podemos más que separados”, finaliza.
Ilustración: Juan Romo