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Svetlana Aleksiévich: «Las barricadas son un mal lugar para el escritor»

Para Svletana Aleksiévich (Bielorusia, 1948) las historias que cuentan las personas comunes “son el abono, el verdadero material de la Historia”. En 2015 recibió el Premio Nobel de Literatura, por considerarse su obra «un monumento al valor y al sufrimiento de nuestro tiempo». Pero para ella, “los pequeños detalles son lo más importante; la calidez y la viveza de la vida”.

Hija de maestros, Aleksiévich estudió periodismo en la Universidad de Minsk. Marcada por la tradición familiar y el oficio que ejerció por varios años en un periódico local, ha sido una incansable tejedora de historias. Sobre todo, las que cuentan las mujeres, las madres de los soldados, los niños y los que han estado ausentes de las narrativas soviéticas oficiales; “esas son las voces que merecen ser escuchadas”, dice.

A lo largo de su obra, ha dado voz a la gente común para explicar la historia de la antigua Unión Soviética y de los actuales estados que formaron parte de ella, desde la Segunda Guerra Mundial hasta la fecha. 

La autora de La guerra no tiene rostro de mujer (1985) y de Los muchachos de zinc (1989) ha dado protagonismo a las mujeres en el frente, o a las madres de los soldados de la guerra de Afganistán. “Desde siempre me gustó escuchar a las mujeres que se sentaban en la plaza a contar sus experiencias. Hablaban de los hombres, hablaban de amor y de guerra”.

Explica: “Los hombres intentan justificar las guerras; las mujeres, casi nunca: ellas ven los pájaros muertos o los campos infértiles, tienen una visión más natural de las cosas”.

Y es que “la guerra de las mujeres tiene sus propios colores, sus propios olores, su propia iluminación y gama de sentimientos. Sus propias palabras. No hay héroes y hazañas increíbles, simplemente hay personas que están ocupadas haciendo cosas inhumanamente humanas”, asegura.

Considerada creadora de un nuevo género, “la novela de voces”, Aleksiévich ha sido la primera escritora de no ficción en haber recibido el Premio Nobel. Su fórmula, a medio camino entre el tiempo, las fechas y los datos concretos, propios del periodismo, y “el misterio del alma y de la vida humana”, al que se llega a través de la literatura, se ha convertido en una postura. 

“No olvidemos que por muchos años nadie se ha preocupado por escuchar esas voces. Peor aún, han sido suprimidas. Hay que salir del periodismo banal”, reclama. “Sin esa polifonía es imposible ver la verdad; debemos intentar cubrir todo el territorio de nuestra vida, hemos de reflejar todo un pueblo, no una sola voz; hay que poder escuchar diversas edades, profesiones, geografías… Cada persona no es un documento per se; solo el conjunto de todo ello conforma la verdad”. 

Admiradora de autores como Fiódor Dostoievski, Alés Adamívich o Vasil Bykau, ha reconocido su compromiso con la honestidad del escritor, así como adoptado una profunda postura contra la guerra. “No quiero ser una escritora que disfrute ver derramar sangre humana”, dice. “Las barricadas son un mal lugar para el escritor. Un héroe hoy es aquél que no dispara”.

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“No creo que la literatura puede cambiar el mundo”

Cuidadosa de “guardar su alma y sus valores puros”, las posturas expresadas en sus libros le han valido la censura y el exilio en diversas ocasiones. Luego de la publicación de su libro Voces de Chernóbil (1997), que exhibe el heroísmo y sufrimiento de las víctimas de aquella catástrofe nuclear, fue censurada por el presidente de su país, Aleksandr Lukashenko, y se vio obligada a exiliarse en París y Alemania. En 2011, Aleksiévich volvió a Minsk. No obstante, en 2020 denunció que estaba siendo vigilada por las fuerzas de seguridad del gobierno y se asiló en Berlín desde entonces. 

Dada la situación política actual en Bielorrusia y en Rusia, la escritora cree que hoy le sería más difícil escribir un libro como La guerra no tiene rostro de mujer que en 1985, cuando lo publicó. “Pienso que no podría escribir ese libro hoy porque las mujeres que estuvieron en el frente se cerrarían y tendrían miedo a contar su verdad de la guerra, que podría entrar en conflicto con la versión oficial, en la que solo existe la Gran Victoria”. 

También considera que hoy en día la vida es más difícil. “Hay mucho pensamiento banal en nuestra sociedad. Mucha gente ha perdido la simplicidad. Es más difícil vivir y sobrevivir hoy en día. Es más difícil mantener un estilo de vida decente para nosotros y para los niños”.

En El fin del Homo Soviéticus (2014) la autora, de padre bielorruso y madre ucraniana, procura hacer un retrato generacional de todos los que vivieron la dramática caída del estado comunista soviético. “Quería hacer algo grande”, cuenta Svletana. “Y siento que lo he logrado. He estado escribiendo esta historia del comunismo por 40 años”. 

Reconoce que hoy es complicado tener una perspectiva de futuro en plena guerra, pero tiene la certeza de que “el homo soviéticus ha mudado en el actual homo fascista de Putin. Tenemos la conciencia en estado de shock, nos movemos como sonámbulos.  El periodismo no puede hacer otra cosa más que colocarse a la cola de estos acontecimientos”. 

A pesar de ser multipremiada, con numerosos reconocimientos internacionales además del Nobel, asegura no tener “una actitud mesiánica”. “No creo que la literatura puede cambiar el mundo. Todo lo que podemos hacer es nuestro trabajo lo mejor posible. La idea de que las palabras pueden cambiar nuestro mundo contemporáneo no es más que una ilusión. Debemos ser modestos”.

Quizá por ello, en los años recientes se ha dedicado sencillamente a escribir sobre el amor. Porque, como lo expresara al recibir el Premio Nobel, “sigo escribiendo, y escribo como mi abuela ucraniana me enseñó en la infancia cuando me recitaba poemas de Taras Shevchenko. Me han llamado escritora de catástrofes, pero eso no es cierto. Siempre estoy buscando palabras de amor. El odio no nos salvará, solo el amor. Y tengo esperanza”.

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