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David Pacios, ingeniero informático y profesor de la UCM: “Me levanto a las tres y media de la madrugada para aprovechar las pocas horas de visión que tengo al día”

El reloj indica que son las tres y media de la mañana. Mientras todo el mundo duerme, David se levanta de la cama y se dirige a su despacho. El dolor invade cada una de las partes de su cuerpo, algo que ocurre cada noche debido a la discapacidad que sufre desde los 16 años. Lo único que alivia, en cierto modo, ese dolor, aparte del tryptizol, el diazepam y el tramadol que toma cada día, es ponerse a investigar en el mundo que más le gusta y le apasiona: la informática. “Me levanto a esa hora para aprovechar las pocas horas de visión que tengo al día y en casa todo mi material está adaptado a mi discapacidad”, explica.

“Cuando tenía 16 años, enfermé. Perdí la capacidad de ver y prácticamente la de oír. Ahora mismo soy prácticamente ciego”

David siempre quiso ser cocinero. Según cuenta, hace unas tartas increíbles. Aun así, siempre tuvo curiosidad por saber cómo funcionaban los ordenadores que había en su casa. Esto le llevó a decidir que quería estudiar informática. Lo que él no sabía, era que a partir de primero de bachillerato todo se iba a volver un poco más negro: “Cuando tenía 16 años, enfermé. Perdí la capacidad de ver y prácticamente la de oír. De hecho, ahora mismo, soy prácticamente ciego”. Cuando fue al hospital, le dijeron que se olvidara de ver la pantalla de un ordenador o incluso de seguir sus estudios con normalidad. Esas palabras no sirvieron para frenar a David, él lo tuvo claro: “Basta que me digan que no, para internarlo”, afirma.

Su nombre completo es David Pacios Izquierdo aunque su apodo es Pascal, que hace referencia al matemático y filósofo que “abrió muchas vertientes del conocimiento”. La gente suele estar acostumbrada a que los alias caractericen algo bueno o gracioso de una persona, o a que sean un diminutivo de su apellido o nombre. No es el caso. “Alguien de mi pasado, tras haberle ayudado con algo que era prácticamente imposible de solucionar y que estaba relacionado con la recuperación de dinero de apuestas, me dijo que tenía talento para temas extremadamente horribles”, cuenta. Actualmente, esa persona ya no está en su vida. Pascal, para él, es la representación de todas las cosas malas que se pueden llegar a hacer y lo que él, personalmente, no debe hacer.

Entre risas, David asume que tiene dos caras. La gente puede conocer a David Pacios, una persona que trabaja en la Universidad Complutense de vez en cuando y a la que le gusta la informática, o a Pascal, la leyenda oscura, una persona que tiene conocimientos para llevar a cabo acciones “extremadamente horribles”.

“Siempre quise ser docente en mi facultad”

Su paso por la universidad no fue nada fácil. Decidió estudiar en la Complutense porque la Facultad de Informática era la que estaba más cerca de su casa de todas las que había en Madrid. La proximidad era un factor a la hora de seleccionar destino tan importante para él debido a su enfermedad: “Necesito que la gente me acompañe a ciertos sitios. Al ir a la Complutense, siempre tenía a alguien que podía ir conmigo hasta Avenida de América, que es donde cogía la línea 6 del metro para ir hasta Ciudad Universitaria”.

“Empecé la carrera en 2013 y la acabé en 2020”, concreta David dispuesto a explicarlo. El año que comenzó el curso no lo pudo finalizar como a él le hubiera gustado. Se encontró con asignaturas como Matemáticas, Cálculo, Álgebra, Física y se preguntó: “¿Dónde está la informática?”. Para el ahora experto en computación distribuida fue muy complicado aceptar la discapacidad que sufría y, sobre todo, explicárselo a la gente. En aquel momento, no tenía el carné que acreditara la enfermedad rara que padecía y no paraba de repetirse a sí mismo: “Necesito llevar a cabo todo, vulgarmente dicho, como una persona normal”.

“Actualmente trabajo en un proyecto para detectar auroras en Marte”

Ese pensamiento le afectó demasiado. En diciembre de 2013 tuvo que dejar de ir a clase porque sufrió un desprendimiento grave de retina, sangró mucho por el lagrimal y perdió todavía más visión, incluso se empezó a quedar sordo de un oído. Por ello, no pudo asistir a los exámenes de enero y junio y, este último mes, se dio cuenta de un detalle que nadie le había comentado: “Al parecer, si una persona suspende todas las asignaturas del primer curso de un grado, le expulsan de la universidad”. Fue en septiembre cuando se enteró de tal inconveniente, lo que le llevó a solicitar el llamado “Año de Gracia”. Básicamente se trata de un documento mediante el cual un estudiante de primer curso de nuevo ingreso solicita autorización para formalizar la matrícula por segunda vez, al no haber superado al menos una asignatura reglada en cualquiera de las convocatorias oficiales. Finalmente, se lo concedieron, pero tuvo que esperar hasta el mes de noviembre de 2014. 

David continuó en la carrera gracias al apoyo de dos personas: el actual decano de la Facultad de Informática, Luis Hernandez Yáñez, y el que en aquel momento lo era, Daniel Mozos. Debido a que tardaron tanto en permitirle matricularse por segunda vez, aquel año solo pudo aprobar ciertas asignaturas del segundo cuatrimestre y el hecho de tener que pagar terceras matrículas, lo que suponía un gran coste, le llevó a aceptar la realidad y asumir la enfermedad que llevaba padeciendo desde 2016. Finalmente, decidió hacer las pruebas para poder recibir la tarjeta que acreditara su discapacidad.

“Me dijeron que tenía un 69% de discapacidad y que si me ponían más no iba a poder trabajar, a lo que me negué rotundamente”

Según explica David, si en esas pruebas los resultados determinan que una persona tiene más de un 65% de discapacidad, significa que su enfermedad es permanente y no tiene solución. “A mí me dijeron que yo tenía un 69% y que si me ponían más no iba a poder trabajar, a lo que me negué rotundamente”, afirma. 

En 2016 empezó a ver la luz. El reconocimiento de la discapacidad llegó y se casó. Recuerda que se desmayó en cuanto le llegó la carta acreditativa, un hecho que marcaría un antes y un después. Cinco años más tarde, David se graduó en Ingeniería Informática. 

“Nunca quise un trato distinto, me importaba mucho lo que pensaran los demás”

“Mi mayor desafío siempre fue intentar reconocer que tengo una enfermedad que no solo no se cura, sino que va a más”, reconoce. Aunque también hace hincapié en su “mitofobia”: “Pienso constantemente que si yo en algún momento digo que tengo una discapacidad, la gente va a pensar que me quiero aprovechar”. Es el pensamiento con el que convive en su día a día. 

La única “ventaja” que pudo solicitar fue cierta adaptación en sus exámenes durante el año de la pandemia. Aun así, cursó todos sus estudios exactamente igual que el resto de personas. “Nunca quise un trato distinto, me importaba mucho lo que pensarán los demás”, una frase que reitera en múltiples ocasiones. Una vez terminado el grado universitario, David decidió continuar su formación, lo que le llevó a estudiar el doctorado y, más adelante, a ser profesor de la universidad en la que había crecido tanto personal como académicamente. Él siempre lo tuvo claro: “Quería ser docente en la facultad en la que estudié para intentar corregir un montón de cosas y para perpetuar otras que eran increíbles”.

Pascal y la informática

En su trabajo, David se centra en la computación distribuida, un método que consiste en hacer que varios ordenadores trabajen juntos para resolver un problema común. Otros temas que aborda en su día a día son la astrofísica, la matemática analítica y la física cuántica. Uno de los proyectos que más le interesa y en el que participa actualmente está relacionado con la detección de auroras en Marte, algo que, según afirma, no han conseguido ni la Agencia Espacial Europea ni la NASA. De hecho, insiste en que el procedimiento de dicho proyecto se llevó a cabo gracias a la aportación de datos suministrados desde Emiratos Árabes y la Universidad de Nueva York.

David Pacios Izquierdo durante la entrevista en la Facultad de Ciencias de la Información | Foto: Pedro Pascual

Actualmente, colabora en un proyecto con satélites de la Unión Europea que tienen el objetivo de medir la antigua pandemia y de prevenir futuras crisis. Un ejemplo de herramienta de medición o evaluación es el NDVI, un indicador que señala el verdor, densidad y salud de la vegetación en cada píxel de una imagen de satélite. Con este dato, se busca calcular el crecimiento del nivel de vegetación cuando el ser humano, debido a las restricciones de movilidad, dejó de tener cierta actividad en determinados tipos de zonas. Y no solo eso, ya que David está fabricando una aplicación que adapta los documentos a los distintos problemas visuales que puedan tener las personas, aparte de estar escribiendo un libro sobre adaptación de documentos a personas con problemas de discapacidad.

“El hacking sin ética es solo delincuencia”

A Pascal le apasiona la tecnología, pero también es crítico con ella. Para él, no todo vale. “Está muy bien que se evolucione rápido, pero el problema es hacerlo sin preguntar”, insiste porque considera que muchas personas se verán afectadas, por ejemplo, con el descubrimiento de la Inteligencia Artificial. “No puede ser que muchas personas, del día a la mañana, dejen de importar”. Piensa que el futuro no solo es la informática, hay mucho más allá.

Recuerda que un día un alumno suyo le dijo una frase que le marcó en su trayectoria como profesor y como profesional: “No existe el hacking sin ética, si no solo es delincuencia”. El problema, según David, es que a él lo que le gusta es esa “delincuencia”. A él le apasiona el cracking, que consiste en tratar de buscar la ruptura de la seguridad de un sistema informática, pero sin malas intenciones. Desde su punto de vista, la diferencia entre si algo está bien o mal radica en el pensamiento de la persona que lo lleve a cabo. 

Para entenderlo, lo explica con un sencillo ejemplo. Si a una persona se le ofrecen cien copias de DNI de estudiantes de la facultad, ¿ustedes qué harían con ellos? Según David, la diferencia entre un delincuente y una “persona normal” es que, ante esta propuesta, cualquier individuo sin ningún tipo de maldad pensaría durante unos segundos antes de responder. Pero si alguien lo tiene claro desde el primer momento, ya sea para sacar algún tipo de beneficio económico vendiéndolos en algún foro o para darles de alta a las personas de los documentos identificativos en páginas de contenido ilegal, puede convertirse en un ciberdelincuente. “Me gusta jugar al ajedrez con todo lo que se me pone por delante. Si me das el puzle hecho me aburro”.

Sobre la filtración de datos que tuvo lugar en la Universidad Complutense hace tres semanas explica: “Los datos se publicaron en un foro que está público en Internet, podía acceder cualquier persona. Es un foro de leaks en el que cualquiera puede colgar filtraciones de datos gratuitas o de pago. En este caso, la base de datos completa se filtró por el valor de 500 dólares”. Según dice, la persona que lo hizo, al principio, ofertaba una muestra de 100 datos específicos y aseguró tener más, por lo que dejó su perfil de Telegram para que la gente pudiera acceder al contenido desde la app. “El sistema de ciberseguridad de la Complutense es muy bueno, pero al final siempre hay cosas que se pueden escapar, como ésta”, indica.

Después de la jornada

Una vez llega David a la facultad tras su paseo matutino desde Callao hasta Ciudad Universitaria, desempeña su jornada laboral hasta las seis de la tarde. A esa hora, vuelve a casa con su mujer, que le espera todos los días en el metro para dirigirse a casa de sus padres. “Vivo en casa de mis padres porque es muy complicado que mi mujer y yo podamos tener nuestra propia casa, ya que mi enfermedad requiere una atención constante y puede causar muchos problemas”.

Y recuerda cómo hace un par de años pasó uno de los peores momentos de su vida, lo que provocó que la asistencia que ya necesitaba tuviera que multiplicarse. “Casi me muero, perdí todo el líquido cefalorraquídeo y la capacidad de andar”. Estuvo mucho tiempo sin poder moverse de la cama e incluso tuvieron que operarle de urgencia al mes de que aquello le ocurriera. 

En cuanto llega a casa, suele hacer la compra, cocinar o encargarse de las tareas domésticas. Alrededor de las nueve y media de la noche ya está metido en la cama. Mañana será un nuevo día para David. Las agujas del reloj vuelven a indicar que son las tres de la mañana. ¿Cuántas batallas de ajedrez ganará hoy?

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